julio 03, 2009

MARCELO JUAN VALENTI - EN LETRAS DESDE CABALLITO




MARCELO JUAN VALENTI es otro talentoso rosarino como nuestra amiga Susana Rozas. A publicado "Paralelo Protervia", novela en co-autoría con María. Luisa Siciliani, 1998. "Una langosta en la casa invisible", cuentos, 1999. "Presagio de la reina ciega", poemas, 2002 "Caballo Bifronte" prosa poética en co-autoría con Susana Rozas 2003 "Juego de abadesas", poemas, 2005. Sus trabajos han aparecido en distintas revistas del país y del exterior. Se ha desempeñado como jurado de concursos, participado como lector y como organizador de distintos ciclos de lecturas. Miembro del grupo La Torre de Papel... y basta de datos: sus trabajos “FELICITAS” -que ahora publicamos gracias a la gentileza de este autor-; y otro relato titulado “ARAUCARIA” (en próxima entrega), nos hablan de la habilidad narrativa de este escritor aplicada a mantener viva la llama literaria que nos supo caracterizar.

Espero que a los lectores de este blog les interese el estilo característico de Valenti y, si tienen alguna opinión publicable, la esperamos en esta dirección de e-mail: juno1ster@gmail.com





***




FELICITAS
Por Marcelo Juan VALENTI


¿Por qué hacemos estas cosas con los muertos?
Felicitas, tan infantil y entusiasta, quedó desencajada ante la foto de Rodolfo que puse frente a la puerta de entrada. Descubrí por accidente un rollo, cuando Araceli me pidió prestada la cámara para el cumpleaños de uno de los chicos. El que llega, lo primero que ve es a mi hijo, en una pose casual, sonriente. ¿Quién se la habrá tomado? Si debo ser honesta, creo que Rodolfo desautorizaría esta exposición. Pero no lo pude evitar. Lo traiciono, a la par que hiero a los que me traen el raro descanso de la compañía. En especial, Felicitas, una amiga de toda la vida. Si, ya sé. Es aniñada, parece tonta y el vicio de hablar en diminutivos puede fastidiar al más templado. Pero siempre estuvo, tan fiel, tan compañera. A los quince años nos prometimos el amadrinamiento del primer hijo varón. Ambas cumplimos.
-¿Té o café?
-Un cafecito, Elvirita.
-Regio. Estaba por preparar. Me faltaba la excusa.
-Y aquí vino Felicitas a justificar. Traje estas masitas de jengibre.
-Vamos a la cocina.
Mi amiga se detuvo un momento en el comedor. Más fotos, más muertos. Al fin, el alivio de servir los pocillos y del primer bocado.
-Riquísimas.
-Una receta de familia. Te la voy a dejar de herencia.
Se calló, enrojecida. La muerte circula en las expresiones cotidianas. Felicitas se sintió en falta. Como cuando se habla con un ciego y es inevitable decir:- Mirá, fijate, ¿ves? Y cuando nos damos cuenta, es tarde.
-No sólo traje masitas. También una propuesta. Un viajecito.
-¿Viaje?¿Adónde?
-Al mar.
-¿Fuera de temporada?
-Si. Lo que pasa es que hay un festival poético, en el que las chicas van a presentar sus primeros libritos.
Las chicas eran Victoria y Eugenia, dos de sus hermanas.
-Vamos a ir en mi auto.
-¿Con ellas?
-No, ellas se van por su lado. Yo llevo a dos personas más, que no manejan.
-Felicitas, desde el accidente evito manejar en ruta.
-Ya sé, ya sé. Pero quiero tener a alguien que me ayude, si se dá el rarísimo caso de que me canse.. Además....lo pensé porque es un viaje que nos debemos y te va a hacer bien. ¿O no?





Decidí aceptar. Detrás de la invitación había un ruego. Felicitas tenía un miedo que no le conocía. ¿O que percibía por primera vez?
Me sentí inmediatamente atraída por Inés, que viajaba para encargarse de la presentación de los libros. El cuarto pasajero era un chico joven y pedante. Apenas pudo, me contó:- Me llamo Adrián, porque mis padres son devotos de Yourcenar.
Disfracé con una sonrisa forzada mi incredulidad. Mi madre, irreprimible, se hubiera reído a carcajadas. Había combinado con éxito la viudez con el manejo de la librería de mi padre. No hubieran faltado los comentarios mordaces, eruditos.
Eramos un grupo de mujeres fuertes. Mamá a la cabeza, lúcida, dueña. Mi suegra, independiente, viajaba sola las seis horas desde su pueblo, para visitarnos. Araceli había superado las complicaciones de tres partos difíciles, luego de los que los médicos nos prepararon para lo peor.
Los varones caían fulminados. Mi padre, el hombre más hermoso que conocí, derribado por un infarto. Mi marido, destrozado en el accidente que tuvimos en nuestro primer y último viaje sin los chicos, del que salí ilesa. Y Rodolfo.....una muerte que nadie supo explicarme.
Viajar me puso de buen humor. Yo misma me ofrecí a suplantar a Felicitas. Inés, siempre en al asiento del acompañante.
No era la primera vez que me pasaba. En general, lograba manejarlo y sublimar. Las opciones solían ser dos: ganaba una amiga o dejaba de frecuentar al objeto de mis deseos, que histericamente, nunca realicé. Así, algunas mujeres bellas, cultas, pasaron por mi vida, intocables, veladas. El interés se desvanecía en el olvido si no volvía a verlas, o en el inexorable tedio que ensombrece a las personas conocidas.
Pensé que las tres compartiríamos la habitación, pero Inés se alojaba en otro hotel, por una aparente maniobra de Felicitas.
-Así estamos tranquilitas y hacemos lo que queremos.
No faltaría oportunidad de volver a verla.





El festival se desarrollaba en el “Centro de las Artes”, un edificio moderno, cálido. En el hall había stands de editoriales independientes. Compré tres libros artesanales para mis compañeros de viaje. Elegí para Inés uno que llevaba en la tapa la imagen, sugerente de claroscuros, de una mujer desnuda.
Adrián insistió en que le dedicara el suyo.
Inés esbozó un agradecimiento, inconcluso debido a la aparición de un grupo de poetas de nuestra ciudad.
El colmo fue Felicitas.
-¿Este librito es para mi?
Se puso a lloriquear, sus lágrimas daban un ligero salto, muy definidas, antes de resbalar por las mejillas. Una forma acrobática de llanto, que sólo he visto en ella.




La presentación era el segundo día.
Inés tomó la palabra y llenó el espacio de elogios.
Las hermanas, muy compuestas, intercalaron la lectura de poemas. Me sorprendieron, se veía que los años de taller literarios habían dado frutos.
Victoria y Eugenia eran mellizas y solteronas. Se notaba el cuidado puesto en la ropa y los peinados opuestos, que lograba un efecto contrario al buscado: el parecido se realzaba.
Cuando tuve oportunidad de leer completos sus poemarios (uno de tapa naranja, el otro verde) comprendí que esos textos se reflejaban uno en el otro, como espejos enfrentados.
Celebramos en una pizzería que abandonamos temprano.




Al tercer día , Felicitas y yo salimos a pasear. Usó más diminutivos que nunca. Cuando conté que estas playas había conocido el mar, poco antes de que muriera mi padre, mi amiga se emocionó hasta las lágrimas. Intuyo que se acordó de Rodolfo. Estábamos en un café y la gente nos miraba. Dos mujeres solas, maduras, tristes. Felicitas daba siempre estos espectáculos que yo no comprendía .El que no le iba a perdonar jamás, sucedió en la fiesta por el retorno de Rodolfo, luego de dos años en el extranjero. La casa estaba llena de gente. La familia, los amigos. Mi hijo volvía triunfante, hermoso, feliz. En medio de ese vértigo, Felicitas lo tomó de las manos.
-A ver, a ver. Quiero a mi ahijadito para mi. Para mi-Retorciéndole los cachetes, agregó- Pendejo....tenés pinta, título, contrato con una super empresa, sos joven, divino.¿Qué?¿Qué te falta?¿Qué problema podés tener?
Entonces Rodolfo la besó y le habló al oído. La dejó y se sumó al remolino de la fiesta, Felicitas lloraba, con las lágrimas a los saltos.
Dos meses después, en una reunión de amigos, Rodolfo tuvo un mareo y se desmayó. Lo trasladaron al sanatorio, al que llegó muerto.
-¿Felicitas?
-Ay, si, dale, decí. Suena a secretito.
-Si. ¿Te acordás de la fiesta que hice cuando volvió Rodolfo?
Noté que se puso en guardia.
-Nunca me olvidé de algo que pasó. Le preguntaste que problema podía tener y te dijo algo al oído.¿Qué?
Más y más y más lágrimas acrobáticas.
-Pero....nada. balbuceó. Se dio cuenta de que estabas escuchando. Te quiso dar celos.
Lágrimas y la certeza de que me estaba mintiendo. No insistí. Volvimos apesadumbradas al hotel. Felicitas argumentó que estaba agotada (¡Ella que no se cansaba nunca!) No quería cenar. A lo sumo pediría un té.
-¿Te importa si salgo un rato?
-No, andá nomás. Andá. Voy a estar bien.
Frunció la boca como preparándose para reprochar.
-Bárbaro. Nos vemos.
Corrí hasta el hotel donde se alojaba Inés. No estaba. Tampoco la encontré en el “Centro de las Artes”. En el hall lo vi a Adrián, en un enjambre de personas jóvenes. Las pilosidades curiosas, el entusiasmo, un aura perfumada: indicios de la pertenencia a la raza sublime y condenada de los poetas.
Caminé, perdida, con la mente en blanco. Casi me atropella un auto, eso me despertó. Sentí hambre y decidí sentarme en el primer lugar que encontrara.....que fue un viejo restaurant, que ya funcionaba en aquel viaje de infancia. Estaba reciclado, pero se reconocían las líneas originales.
Elegí mesa, ordené el pedido y miré mi interior. Nada, nada de culpa por haber abandonado a Felicitas. Podía más la ofuscación por su mentira, su silencio. Me había robado mi herencia, el secreto de mi hijo.
Quizás convenía no saber. Cada cosa que se descubría en mi familia llevaba a la muerte.
Ignoro lo que descubrió Rodolfo.
Mi marido supo, sobre el final, de mis arrebatos. Por eso la discusión en el auto, el accidente.
Al restaurant entró el recuerdo de mi imagen de niña, flanqueada por mis padres. En aquella primera visita al mar, mi padre me descubrió a mi. No lo entendí hasta muchos años después. En ese momento sólo hubo el deslumbramiento por el súbito interés de parte de ese hombre habitualmente tan lejano. Mi madre era una buena nadadora y se internaba con elegantes brazadas en el agua helada. Papá se quedaba conmigo, en la playa. Habíamos alquilado una carpa. Dormíamos la siesta abrazados y sus caricias......



¿Lo habrá sabido mi madre?
Él cesó sus atenciones cuando regresamos a casa. Tres meses después moriría de un infarto.
A la costa, no volvimos más.

© MARCELO JUAN VALENTI.

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