julio 09, 2009

RELATO DE MARCELO JUAN VALENTI – EN LETRAS DESDE CABALLITO

Publicamos en blog, según lo prometido, este segundo relato de este narrador rosarino. Su título es ARAUCARIA y esperamos que lo disfruten tanto como nosotros en LETRAS DESDE CABALLITO.

***


ARAUCARIA
POR MARCELO JUAN VALENTI

Araucaria, dijo la perfecta voz en off. Rer sintió que la palabra se incrustaba como una astilla en su cerebro. La neblina mental se dispersó. Su atención se abrió demasiado tarde. Vigorosos créditos finales se sucedían en la pantalla, para diluirse en el anuncio del siguiente programa.
-Se fue.
El televisor encendido era el mantra que permitía a su mente despegar. Le ocurría siempre lo mismo: una palabra interrumpía el vuelo. Regresaba a la conciencia a causa de algo inaprensible.
Iba arrojarse a la lamentación por la araucaria perdida, cuando sonó el teléfono. Eligió no atender. Oyó su voz, el tono insípido del mensaje, el silbido de la señal. Una voz más monótona todavía, declaró:- Habla la secretaria del señor Neumann. El no va poder asistir a la reunión prevista para esta tarde. Lo lamenta mucho. Esperamos su llamado para combinar una nueva cita. Buenos días.......
-Esta tarada se podría haber sacado el chicle de la boca, ¿no?
Se quedó pensando. Sería rubia, con una tetas enormes y minifalda en la que al señor Neumann le gustaría hurguetear.
Un bosque de araucarias avanzó desde los intrincados años escolares. Son árboles grandes, le pareció, de zonas frías. Habría que buscar en el diccionario, pero no tenía ganas de abandonar el sofá y mucho menos, retirar el grueso tomo del estante. O en internet, durante la visita diaria al cyber, en su departamento no tenía conexión.
Una bandada pasó chillando frente al balcón abierto. Rer lo contempló como si recién lo descubriera.
-A fundar un jardín colgante de araucarias- dijo para nadie, su permanente interlocutor- Pondría lo retoños en macetones verdes. El mejor lo reservaría para plantarlo en el living, como en ese cuento ¿de quién?, en el que un árbol crecía dentro de un departamento y generaba problemas con los vecinos de abajo. Las raíces, claro.
Rer ignoraba quien vivía en el 7° “A”.


El chico era oriental. El corte carré era ideal para su cabello denso, lustroso. Daba pequeños sorbos al contenido nacarado de la copita de licor. Leía un libro en caracteres occidentales. ¿Un libro erótico? La visión desde la mesa de enfrente no daba para más.
Rer miró a la calle. Era de noche. En la vidriera se conjugaban el exterior y el interior, hasta impedir la certeza. ¿Qué se encontraba dónde?
Era obvio que, pese a tener todas sus esperables condiciones, el muchacho chino no era el señor Neumann. ¿Había sido un error citarlo en “Barbarella”? Quizás a él no le gustaría ese bar de colores fuertes, con gigantografías de jane Fonda en traje intergaláctico. Cuarenta y cinco minutos de espera apoyaban la hipótesis del desplante. Con el agravante de suceder en el bar de Varela, el compañero de primer año de facultad, reencontrado después de tanto tiempo. Rer le había avisado que esperaba a alguien. Especuló, sin fundamentos, que Neumann podía ser reconocido. Varela iba a pensar: -Mirá como progresó Rer, se reune con gente importante.
Una hora. No, no iba a venir.

El oriental no había levantado la vista una sola vez. ¿Qué libro sería tan interesante? Se acercó a la barra para pagar. Varela charlaba con un gordo de barba, que en ese momento le decía.-¡Van a quedar para semilla!
Semilla, pensó Rer. El nombre del cuento era “Semilla”.



Volvió a su casa caminando.
Al entrar se cruzó con los habitantes del 8° “B”. Titina y.....como quiera que se llamara su pareja. Ella era simpática, aunque se le adivinaba una preocupación. Siempre. ¿Eran silenciosos o no estaban nunca? Cuando los encontraba, parecían recién salidos de la ducha. Con el tiempo, notó algo más. El exhibía una risita tipo “acabamos de hacerlo”. La combinación con el rictus hastiado de Titina arrojaba un saldo evidente. El gozaba, ella no. ¿Le haría un amor mezquino y breve?
Se saludaron. Ellos se iban, sin tocarse, en silencio.
Rer entró en el ascensor, subió a su piso. La entrada a su departamento estaba a unos pasos, hacia la izquierda.. Enfrente de la puerta del ascensor, el “B”. En el “C” vivía Braulio, un señor de mediana edad. Un psicólogo vivía en el “D”. Cuatro estudiantes desbordaban el “E”. Más allá el palier se oscurecía y bifurcaba. ¿Estaría ocupado el “R”?
En el contestador encontró el mensaje de disculpa de Neumann. ¡Del señor Neumann en persona! La voz era irritante. ¿Por qué? No se detuvo en intentar averiguarlo. Interrumpió el mensaje antes de oir qué argüía para justificar su ausencia.
Después había un mensaje de Inés, que invitaba al ciclo de lecturas que estaba organizando.
Encendió el televisor, hizo zapping. En el canal de documentales históricos pasaban una miniserie sobre Napoleón. Miró el capítulo, que concluía con el divorcio entre Bonaparte y Josefina. Se quedó con ganas de más. Como si en los siguientes episodios hubiera una información importante para despejar un problema. ¿La dificultad para encontrarse con el señor Neumann tenía una respuesta en el siglo XIX?
Sintió una puntada en el estómago. Esperando, no había tomado más que un café. Era tarde. Preparó algo ligero. Hizo un poco más de zapping. Le llamó la atención un piar de pájaro. ¿De noche?
Se fue a dormir.


En sueños visitaba zonas de la ciudad clausuradas en este plano.
En especial, una encrucijada de avenidas cercana a su hogar paterno. En la vigilia, el río distaba a veinte cuadras de esta equis, pero en sueños, una de las vías caía en pendiente tres cuadras y moría en la costanera.
No siempre Rer se aventuraba en estas calles. Solía sentir que emanaba hostilidad de ese espacio en el que el amanecer no llegaba nunca. En una ocasión entró en un bar en el que un par de familias incompletas aguardaban ser atendidas. La cocinera iba y venía frente a una puerta vaivén pero no acudía al salón.
Los faroles rojos de algunas casas lo decían todo.
Aparte de ser siempre de noche, solía lloviznar. A Rer le preocupaba la posibilidad de un resbalón.
Esa noche se detuvo en el inicio de la pendiente. En la esquina había una frutería, en la que se asomó para encontrarse con escaleras abarrotadas de bultos y mugre. Los cajones se alineaban afuera, resguardados por toldos marrones, que en letras góticas doradas anunciaban: Frutería Mujica ( ).
Rer arriesgó:- Láinez. Esa es la palabra entre paréntesis, que falta.
Escuchó voces que hablaban de los categóricos llamados de un señor cuyo apellido primero lo sonó Niman, luego Numan y finalmente Neumann.
Desgreñados y con guardapolvos celestes, aparecieron una mujer gorda y un muchacho muy delgado. Ella cambió de expresión al advertir a Rer.
-¿Qué desea?
No supo que contestar. Miró los cajones.
-Mandarinas. Media docena de mandarinas.
-Como no. Serví, Cacho.
El dependiente puso la fruta en una bolsa de nylon.
Rer pagó. Sacó una. Eran pequeñas. Probó un gajo. Dulces. Escupió las semillas, que rodaron por el empedrado.
Una dama en traje imperio se acercó por la espalda y le tocó el hombro. Le habló en alemán y al sentirse incomprendida, en francés.
Como única respuesta, Rer le ofreció una mandarina.
-¡Su alteza!¡Su alteza!¿Cómo está?-gritó la mujer de la frutería.
Así se vestían en los tiempos de Napoleón, pensó Rer. Pero esa no era Josefina.
-Ah, ya sé. La segunda esposa.


Se despertó repitiendo la palabra invisible. Láinez, Láinez, Láinez. Hasta que se dio cuenta. La Inés.
¿Sería muy temprano para llamarla?
Marcó el número.
-¿Inés?¿Cómo estás?¿Te desperté?
-No.
Los hijos de su amiga se oían, en sordina. Pero, ¿lloraban?
-Escuché tu mensaje anoche. Gracias. Voy, desde luego. ¿Sabés que anoche soñé con vos?
-Ajá.
-¿Qué mierda te pasa que todo lo contestás con monosílabos?
-¿No te enteraste?¿En que mundo vivís?
Uno de los hijos, el más chico, se acercó llorando y sus berridos taparon la voz de Inés.
-Me acabo de despertar.
.-Ya voy, ya voy, andá con tus hermanos. Disculpame, es que lo que pasó....Y justo hoy, la lectura. Mejor prendé el televisor. Te dejo, mi casa es un caos.
Rer colgó. Buscó con el control el canal de noticias. Sobre fondo rojo, titilaba:

UNA DE HITCHCOCK
TODOS LOS PAJAROS ENJAULADOS AMANECIERON MUERTOS.
De inmediato pensó en la docena de canarios que los hijos de Inés adoraban.





Pese a todo, el ciclo de lecturas no se suspendió.
Rer entró al “Café de Susana”, una esquina antigua, en pleno centro. La palabra araucaria le latía en las sienes. Moriré de araucaria, pensó.
Inés estaba allí, conversando con un desconocido de cabellera enrulada. Saludó con un gesto, que Inés contestó con otro que invitaba a acercarse. Tenía el rostro congestionado, como si hubiera llorado durante horas.
-Adrián, te presento a Rer.......Adrián tiene una historia interesantísima.
El muchacho puso cara de “otra vez contar lo mismo”. Rer olió la pedantería y se aprestó a oír la historia que esa noche escucharía hasta el hartazgo.
-Mis viejos son devotos de Yourcenar. Me querían poner Adriano, pero en el registro civil no se lo permitieron..
Bueno, ya está. Esta es la justificación de su existir.
-Qué interesante. Me imagino que tu segundo nombre debe ser Alexis.
Todos se rieron.
-Como te imaginarás, a Adriancito, no le quedó otra que dedicarse a escribir. Va a leer en la próxima reunión.
-Voy a venir a escucharte.
-Perdón....voy a saludar a Benito.
-Al fin.....¿de dónde lo sacaste?
Inés sonrió apenas.
-Apenas viste una pluma del pavo real. Gracias por venir. Tendría que haber suspendido, pero con dos invitados de la capital, que ya estaban en viaje........No tenemos consuelo. Los chicos....no te puedo explicar.
-¿Se sabe qué pasó?
-Y, recién empiezan. Mucha gente llevó los......cuerpitos al laboratorio municipal y al de la universidad. No hay explicación. ¿Por qué la muerte de todos los pájaros domésticos? Mirá como tengo la cara. No hubo maquillaje que.....Encima la mina que tengo que presentar es monísima. Le dije al fotógrafo que no viniera. Acomodate. Me voy a hablar con los capitalinos. Nos vemos después.
Rer eligió como siempre una mesa apartada. Por alguna razón su presencia atraía de inmediato a las señoras de edad que circulaban por el mundillo literario.
Victoria y Eugenia, dos mellizas solteronas y diletantes, eran infaltables. Se abalanzaron como aves rapaces.
-¿Esperás a alguien?¿Nos podemos sentar con vos?¡Qué suerte que viniste!
Solían hablar a la par, un vicio que arrastraban desde la infancia, la resaca del jugueteo materno para convertirlas en dos muñequitas en espejo.
No estaban solas.
-Esta es nuestra amiga, Eufemia. Vamos a tomar clases de esperanto con ella.
-Encantada. Que lindo nombre tenés. El mío es horrible. Y ahora que de este ojo no veo, Polifema hubiera sido más apropiado. También feo, pero verídico.
El rostro de Eufemia parecía una pintura de Arcimboldo.
La voz cavernosa de Benito sonó a sus espaldas.
-¿Nos podemos sentar con ustedes? Al final se ocupó todo.
Venía con Adrián. Hablando de nombres.
-Che, contale a las chicas tu historia.
Adrián puso los ojos en blanco y una sonrisa beatífica. De veras lo disfrutaba.
-Ah, Yourcenar, yo la leí en francés, hace añares, cuando acá nadie la conocía.-dijo Eufemia.
-Ahora vas a ver cuando esta vieja cuenta que descubrió a Rubén Darío- susurrró Benito en el oído de Rer. En ese momentos bajaron las luces e Inés anunció al primer invitado.
Los dos hombres que leyeron causaron poca adhesión. Muchas canchereadas del autor local, el foráneo participó con una lectura muy llana y previsible, a excepción del cierre con un breve texto dedicado a su pene.
-¡Que cortedad!- murmuró Benito.-Yo al mío le dedicaría tres tomos.
-No te agrandés-retrucó Eugenia- A ver si terminás escribiendo una elegía.
Pero la poeta que cerró estuvo magnífica. Rer la encontró parecida a una actriz.¿Holly Hunter o Helen Hunt? Las confundía siempre.
Después de las lecturas, los asistentes solían quedarse charlando. Comenzó la danza de las visitas al baño.
El primero en ir fue Benito.
-Pobre, ¿te conté? Dos por tres encontramos sus poemarios en las casas de usados. En general les falta la primera hoja, la de las dedicatorias.
-Por no hablar de las veces en que no han tenido siquiera ese cuidado.
Después se fue Eufemia.
-Che, si pueden hacer el curso de esperanto.....no cobra caro. Eufemia fue muy rica y ahora está en la lona.
Rer se asombró de que a su turno, Adrián tuviera la valentía de levantarse. ¿Qué dirían las hermanitas de él?
-¡Qué hermoso pelo!
-¡Que cutis!
Adrián salió del baño, pero no volvió a la mesa, fue a la barra. Rer pensó que iba a hacer un pedido, pero el rostro del empleado se desencajó. Los dos, junto a uno de los mozos, fueron hacia el baño.
-¡Que pena! Nos perdemos el capítulo de hoy de una miniserie que estamos siguiendo.
-¿Cuál?
-Una sobre Napoleón.
-En el cable siempre repiten las cosas.
-Esta, no sé por qué, no.
-Justo hoy, que pasaban el casamiento con María Luisa de Austria.
Con rarísimos ecos, la palabra araucaria retumbó en la cabeza de Rer.
Cuando las hermanitas se levantaron para ir al baño (iban siempre juntas) Eufemia se despidió.
-Las espero el lunes. Y a ustedes les dejo estos volantes. Si gustan.....la primera clase es sin cargo.
Se cruzaron con Adrián.
-Aprovecho que las viejitas no están. Tarde más de lo previsto. De uno de los inodoros asomaba una serpiente. Les fui a avisar a los del bar y la mataron a palazos.
Rer vió pasar hacia la calle al mozo que había entrado al baño. Llevaba con gesto de disgusto una bolsa de residuos tipo consorcio.
-Ahí va......
-Esas cosas pasan- cortó Benito.-Estamos muy cerca del río.
-Son señales. Primero la masacre de pájaros. Ahora esa víbora.
-Uno adjudica el valor de señales a lo que teme o desconoce. Lo de los pájaros se va a aclarar.
-Muy positivista lo tuyo, Rer. ¡Qué fe en la ciencia!
-Ahí vienen las viejitas. Pobres. ¿Mirá lo que son? A lo mejor tenían un canario y se están aguantando las ganas de llorar a su último compañero.
-Tranquilo Adrián. Esas dos nunca tuvieron un pajarito.
Victoria y Eugenia volvieron del brazo.
-Nosotras nos vamos.
-Si, queríamos hacerle una propuesta a Inés, pero está llorando en el baño.
-Es por eso de los pájaros.
-Antes de que todos dejen de hablar de literatura y pasen al tema de la inexorable.....
-La muerte nos espera a todos. Trasladando lo que dijo Denevi sobre los maridos de las danaides, lo único sorprendente es que los pájaros hayan muerto todos a la vez.
-Una señal- murmuró Adrián.
-¿De qué?
El interpelado alzó los hombros.
-Yo también me voy. ¿Las alcanzo con un taxi?
-Dale, gracias.
Salieron. En la calle, el canto de los gorriones sobresaltó a Rer. Pero el germen de otro pensamiento borró la sorpresa.
María Luisa. La autora del cuento “Semilla” era María Luisa.


Tiempo atrás, se habían encontrado por casualidad y decidieron tomar un café en “Barbarella”. Después de los temas de rigor, María Luisa sacó una tarjetita de su cartera.
-Tengo esto para vos. Me hubiera gustado usarlo. Pero, que se yo, ya conocés mi cantinela.
-Si, que empezaste a escribir de grande y que no te satisface lo que hacés.
-Siiiiiiii, soy vieja, jodida e incorformable. Pero como vos no sos así. ......
-Bah, que sabés como soy. Traé para acá. Neumann. ¿Neumann? Ese intelectualoide con éxito.
-Y con plata, contactos. Llamalo, pedí una entrevista.
-¿Para?
-Para no sé qué. Usá tu cabeza. Yo te dejo el dato.



Pensó en telefonearla cuando llegó al departamento. Pero era medianoche y María Luisa estaría acostada.
Volvió a entrar al edificio en sueños. En el ascensor, a los botones rojos que indicaban el piso, se les habían pareado otros dorados, que decía ½. Comprendió que al igual que la pendiente que llegaba al río, estos entrepisos eran sólo accesibles por vía onírica.
Apoyó el índice en el 7 ½.
El frío recibió a Rer. Mandrágoras ensangrentadas gimoteaban debajo de la línea de ahorcados, que se balanceaban y chocaban con sonidos de xilofón.
-Depredadoras- desestimó Rer. No había mucho más: niebla, moho en las paredes. Los ahorcados eran incontables.
¿Qué habría en el 8° en este plano?
Como en el otro, la línea de puertas hasta el recodo.
El “A” a pocos pasos del ascensor. Sólo que aquí el departamento estaba vacío. Apoyó el oído en el “B”. Allí estaban haciendo violentamente el amor. La puerta del “C” se abrió. Braulio asomó la cabeza y dijo:- Están entre nosotros.
-¿Quiénes?
-Los extraterrestres.
Rer iba a protestar.
-No digas nada. Nos están monitoreando todo el tiempo. Tomá, en esta dirección nos reunimos los que estamos en la resistencia.
En el palier había más luz. Detrás de cada puerta, murmullos. Dobló en el recodo. Al final, brillante, inevitable, el departamento “R”. ¿Qué había ahí? Algo siniestro y familiar aguardaba, si se decidía.
-Animate- dijo una voz ambigua por una rendija de la puerta “Q”.
Golpeó.
Rer le abrió la puerta. Se miraron sin asombro.
-¡Viniste! Al fin viniste. Entrá. Acá hay más.
Era como la escena de “¿Quieres ser John Malkovich?”. Rer, veinte veces, ocupaba los sofás, las sillas, entraba por una puerta trayendo bebidas, salía al balcón, leía.
¿Quieres ser Rer?
¿Cómo?
Pregunta respondida con pregunta, pierde el turno.
Entonces despertó.



No hay esperanza para el mundo.
Dos horas de clase durante las que no pudo concentrarse. Eufemia era clara para explicar y los fundamentos del idioma parecían sencillos. Sin embargo, la cabeza estaba en otro lugar.
Al salir, pensó que iba a ser difícil desembarazarse de Victoria y Eugenia. Pero las hermanas se fueron muy apuradas, en otra dirección.
Quería tomar un café en honor al doctor Zamenhof. ¿Y dónde mejor que en “Barbarella”?
No tomó el camino más directo. Zigzagueó por las calles céntricas. Al pasar por un jardín tuvo una corazonada y entró. Había muchos clientes a esa hora. Tuvo que sacar número, pero la espera le dio tiempo para recorrer el local. Tanto verde tendría que actuar como un bálsamo, pero el aspecto de todas las personas que veía era de un inquietante nerviosismo. Se hubiera quedado allí para siempre. Un empleado llamó su número.
-Quisiera saber sobre los bonsáis. ¿De qué tienen?
-Hay de lapacho, de ombú, de pino plateado......
-¿De araucaria?
-Eh....no, de araucaria no, los que disponemos están en la estantería del fondo. ¿Por qué no los mira? Se va a tentar.
Agradeció y salió.
Además de no tener lo que busco, me trató de usted. Ugh, los años se me empiezan a notar.
Pensó en endulzarse con una bolsa de pochoclo. Cerca del jardín había un carrito. Al acercarse, notó que el vendedor hacía aspavientos. No se dio cuenta del porque hasta que estuvo al lado. Cuatro gorriones se habían metido en el cubo de cristal. ¿Retozaban o agonizaban en el mar de pochoclo? La lucha parecía absurda, pero el vendedor no lograba sacarlos.



Decidió salir a leer en un bar, porque en el departamento se asfixiaba. Eligió un libro y entre sus páginas puso un señalador que le había regalado María Luisa. Usarlo fue convocarla. La encontró apenas cruzó la calle.
-¿Vamos a tomar un café?
-Dale, vamos.
Fueron al “Café de Susana”.
-Uuuuy, cuantos artistas esta noche. Mirá, ahí está Grinn.
-Tu pintor favorito.
-Si, es mi favorito porque sus cuadros son maliciosos.
-Son perversos.
-No, che, eh, ma-li-cio-sos. Hablando de otra cosa, ¿te comunicaste con Neumann?
-Ya me plantó diez veces.
-Ajá. Así que esas tenemos. Ahora decime, ¿vos le dijiste que llamabas de parte mía?
-Nop.
-Aaaaahhhhhh, bueno, incluí el detalle la próxima vez. El señorito Neumann me debe un par de favores.
-¿Neumann?¿A vos?
-Ah ah ah, si si señores. No preguntés por qué. Pero es así. Y si no te atiende lo voy a llamar yo.
María Luisa abordó un taxi. Rer decidió ir a otro lugar. Nuevamente confió en el azar. A la vuelta de una esquina, se encontró con el café “Yegua nocturna”. Pidió un nuevo cortado.
-¿Rer?- Esa vocesita, no podía ser.....pero era.
-¿Qué hacés Adrián?
-Veo que tenemos la misma costumbre. Leer en los bares.
¿Era un tic? Completaba cada oración con un movimiento de melena.
-Estuve hasta recién con mi editor. Voy a sacar un libro dentro de un mes. ¿Querés leer alguna de las poesías?
Rer las encontró, como mínimo, deslucidas.
-Que lindas- y tragó saliva.
-Te dejo. A lo mejor te molesto.
-No. Haceme un favor. Tengo que ir al baño. Mirá mis cosas. Hojeá el libro si querés.
-Si.
Al salir del baño tropezó con una pareja. Estaba por pedir disculpas, cuando el habló.
-Te esperábamos.
-¿Perdón?
-Que te esperábamos-dijo ella.
-Mirá, te vimos en el “Café de Susana” y te seguimos hasta acá.....no lo tomes a mal, pero nos gustaste y te queríamos invitar....
-Todo muy serio, muy cuidado. Ninguna sorpresa bizarra. Sólo pasar un momento grato los tres.
¿Qué era esto?¿Una cámara oculta o una broma tramada por Adrián?¿Qué?
-Me halagan. Nunca me habían hecho este tipo de propuesta. Pero creo que mejor no.
-Te dejamos esta tarjetita. Es nuestro teléfono. Si cambiás de idea....
-Imaginate que lo hemos hecho muchas veces. Con la persona que invitamos lo charlamos todo.
-Gracias. Me asombra tanta confianza. No me conocen.
-No podemos esperar nada malo de alguien que va por el mundo con un libro en las manos.
Adrián estaba como al acecho.
-Rer, si tenés que charlar con tus amigos, no te hagas problemas, me voy.
-Son apenas conocidos. En realidad, tengo que irme.



En sueños también se asfixiaba.
Encontró la encrucijada de avenidas y la pendiente hacia el río. A pocos pasos ardían los neones del café “Ubicuo”.En el interior, demasiado humo para su gusto. Encontró mesa, pero nadie venía a atender.
-Cerveza esta vez- dijo Adrián, que se abrió paso entre las mesas, con balones.-Salud. ¿Viste? Allá esta Benito.
-¿Tiene novia ahora?¿Quién es la chica?
Adrián puso la expresión de sagacidad absoluta.
-La chica se llama Alfonso. Hay que mirar con atención, si no casi no se nota. Benito se hace ver por todas partes con el travesti porque quiere pasar por un tipo superado.
Rer amagó levantarse.
-¿Otra vez te vas?
-Si, ¿por?¿Qué querés?
-Yo......
-A mi no me deslumbrás con tu nombre tomado de Yourcenar. No me sorprenderías ni aunque me dijeras que ella fue tu madrina.
-No me llamo así por ella. A mis viejos les gustaba Celentano y......
Hasta Rer se horrorizó de la carcajada que no pudo reprimir.
Por la vidriera vió una marcha de clones de Rer. Gritaban consignas, agitaban pancartas. Una nube de gruesos gorriones bordaba un cielo oscuro, mutante.
Opciones: salir y confundirse. Quedarse y confundirse.
No supo que elegir.



¿Había llegado el gran día?
El señor Neumann había llamado. Estaba interesadísimo en lo que escribía Rer. Iba a fundar una editorial, y su libro sería el primero de una colección. María Luisa le había hablado tan bien de Rer. El encuentro debía ser esa noche, no había dilación posible.
-¿Dónde?- dijo Rer, tratando de ocultar su escepticismo.
-Hay un restaurante nuevo. Se llama “Araucaria”.
-No sé donde queda- aunque intuyó que podría llegar con los ojos vendados.
No fueron necesarias damasiadas explicaciones. Era cerca.
A las ocho, con su mejor ropa, intentó serenarse mirando televisión. Un error. La propaganda.....quién sabe de que era. Pero el heroico protagonista evitaba la tala de un árbol, y construía su casa incorporándolo en el porche. La primera nota del noticiero se ilustraba con la foto de Braulio. Su sobrina lo estaba buscando Llevaba desaparecido una semana.
Salió. En la puerta encontró al muchacho sin nombre del 8 “B”.
-Hola.
-Hola. ¿Titina bien?
-Maso. Tuvo un aborto.
-Pobre. Lo lamento. Qué feo. Perder un bebé debe ser....
-No fue accidental. No le quedaba otra que abortar. Cuando vieron las ecografías.....era un monstruito.
-Ah.
-Encima el marido.....no sabés que disgusto. Es el tercer intento que se malogra. Ya nos dio el ultimátum.
-Ah, bueno, mandale mis saludos.
Pensó que lo mejor era ir a pie. Pero el paseo era un hilo en el que se enhebraban todos sus conocidos.
Victoria y Eugenia tomaban un helado sentadas en la calle.
-Nosotras tenemos nuestra historia, en otra parte.
Después Eufemia, en una parada de taxis.
-Con un ojo veo más, que la mayoría con dos.
Benito salió de una librería, con tanta violencia que casi terminan en el piso.
-Pero esa hija de puta de Inés.....Mirá, mirá, vendió el libro que le regalé. Que desprecio, no sabe lo que le espera.
No había viento, pero un bollo de papel se agitaba. Rer se acercó. El envoltorio encerraba una fuente con restos de comida. El balanceo lo provocaban las cucarachas.
En la siguiente esquina, centelleaba “ARAUCARIA”. Se notaba: era un restaurant de lujo.
Estaba vacío a excepción de una mesa. Un hombre de espaldas fumaba en pipa.

Neumann. Neumann había llegado y esperaba. Las expectativas tendieron un arco iris sobre la ciudad.
Necesitó pensar cinco segundos. Volvió corriendo sobre sus pasos. Subió hasta el 8° por las escaleras. Entró a su departamento y se aplastó contra la puerta. Parecía una crucifixión. No quería que nada ni nadie pudiera entrar.
No supo si estaba en sueños. O no.

© Marcelo Juan Valenti.

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