DE LOS DIAS DE FIEBRE MUNDIALISTA
No queremos ser simples espectadores
Estas semanas que vienen –como todos saben-, la conciencia del mundo se trasladará al fanatismo mundialista. Seguramente unos pocos menos nos leerán, pero... nos queda el consuelo, que a Dan Brown tampoco. Su revuelo también mundialista fue alimentado con incontables lectores pasivos y variadas polémicas. Fue como un furor como el que ahora se viene, sólo con relación a un libro y a su lectura, que apelando al morbo conspirador del autor y al público masivo y centrado en el chivo expiatorio del genio de Da Vinci, logró algunos objetivos: especialmente lograr vender millones de copias. ¿Será sepultado en el olvido por el Mundial de Alemania? Esperemos que no. No por el libro, sino por el interés de la gente por la lectura, por el análisis y la discusión de los temas propuestos, lo que de alguna manera no es poco. Quizás –como algunos piensan-, algo que es bastante especial para este tiempo tan alicaído y superficial.
Pero decíamos que a pesar de todo "la conciencia universal" ira, indefectiblemente, detrás de la pelota de cuero. Qué ya no es ni de trapo, ni de cuero, ni poética. Y del armazón mediático globalizante y del conocido gansterismo de los organizadores de un evento comercial que poco y nada tiene de deportivo. Porque algo como este Mundial de Fútbol también tiene que ver con la literatura. Deténganse a pensar –el lector- en aquello que nos enseñaron algunos textos sobre los intentos totalitarios mundialistas y entenderán el neologismo significante de "globalizante". También piensen en lo que nos enseñaron las magnificas novelas policiales (las del género negro), y seguramente recordaremos la catadura moral y la perversidad de quienes siempre están detrás de estos deportes masivos. ¿Recuerdan?
No hay héroes ni adelante ni detrás de esos deportes convertidos en espectáculos de masas: sólo intereses y víctimas.
No significa esto que no nos guste el juego. Jugar al fútbol, en aquellos tiempos de la niñez perdida, tenía tanta magia y poesía como la que podemos encontrar en alguna novela del maestro Soriano, en dónde –al juego y al verdadero espíritu deportivo- se antepone siempre esta visión implacable ante la brutal realidad de los intereses de quienes se mueven en las sombras generando la fiebre y el fanatismo mundialista.
Y jugar nos gustaba tanto...
Quizás porque éramos protagonistas de un sueño y ahora sólo nos dejan lugar para ser espectadores de una ilusión. Y ya sabemos como terminan las ilusiones. Alguien me recordaba (el que yo era antes) que poder marcar un gol era un fastuoso enigma a resolver. Aquello no significaba otra cosa que ser protagonista de ese desafío. Pero bueno, eso ya pasó... Porque después, como siempre, vino la vida y siguió su curso y aquí estamos. Pero sabemos, eso sí, que no queremos ser simples espectadores.
Sería bueno aclarar que nos justa jugar (a muchas cosas y también al fútbol) y nos disgusta ser espectadores obligados por el totalitarismo mediático. Comprendemos que esto no es nuevo. A los antiguos griegos, por ejemplo, también le pasó. Mientras unos pocos pensaban, estudiaban, y descubrían pavadas tales como las leyes para entender la física, la matemática, la política, el arte y la literatura, la mayoría disfrutaba moliéndose a palos en los juegos olímpicos. Cuestión de fisiología podríamos decir ahora. A mayor actividad física más endorfinas en sangre (sustancias químicas que causan placer momentáneo). Esto nos permitió llegar al presente como una especie única. Una especia humana que puede comprender el funcionamiento de una estrella a miles de millones de kilómetros, o apreciar que en un buen libro existe algo más que un reflejo de la vida. Que nuestra imaginación adiestrada en la lectura nos puede llevar más allá de la estrella más lejana.
Reconocemos que una lectura no es todo. Que algunas veces puede no ser placentera en sí misma, pero sabemos que siempre nos deja algún nuevo conocimiento y la tranquilidad socarrona de que aprendimos algo que otros aún no saben. Y esto también es jugar, tan mágicamente como en la infancia perdida, tratando de convertir aquel gol imposible; asunto que nos consta, desde hace ya mucho tiempo, ningún espectador pasivo y adocenado puede lograr por sí mismo.
Se hablará durante este tiempo, como dijo un amigo, un lenguaje incomprensible para él y para muchos otros que no son una evidente mayoría –pero seguiremos en la nuestra-, simplemente porque nos negamos a la pasividad y apostamos por el protagonismo. (Juan Bazán)
DE QUIENES OPINAN Y REFLEXIONAN
En referencia a uno de los temas tratados en la columna sobre "Los Misterios de la Lectura" de la semana anterior, nuestra colaboradora Marcela Móline, nos envió estas líneas que sirven para detenerse y reflexionar nuevamente en el asunto.
¿Se detuvieron un minuto a leer las estadísticas de lo poco que lee la gente? Quedé impactada, lo confieso. Lo primero que pensé para justificar es que la falta de dinero o posibilidades limita la compra o el acceso a los libros, pero inmediatamente se derrumba esta suposición por cuanto sabemos que a lo largo del país hay miles de bibliotecas públicas gratuitas que permiten el encuentro con los libros y con el conocimiento que en definitiva nos da la posibilidad de formarnos, generar nuevos pensamientos, nuestra propia opinión y desarrollarnos como personas. Parecería sencillo decir que los gobernantes buscan deliberadamente el desconocimiento y la pobreza de pensamiento del pueblo, que esto se "enseña" desde los primeros años de colegio, con la falta crónica de recursos a la que se ve sometida la educación desde que tengo memoria y un poco mas allá también y que entonces nada se puede hacer. Quisiera ver mejor este diorama, ver la otra imagen que se transparenta en este asunto. ¿No será que también el pueblo es cómplice de esta situación y le resulta cómoda la posición de víctima de las circunstancias y de ser llevado de las narices sin un criterio propio? Por aquello de echar culpas afuera, por aquello de "la culpa la tienen los padres" (es conocido el concepto de estado paternalista), por qué no hacemos lo que leí alguna vez por ahí: basta de echar la culpa a los padres por lo que hicieron con nosotros, veamos qué hacemos nosotros con eso que nos hicieron. Hacernos cargos de nuestra propia vida, asumir la responsabilidad de mejorarla, creando nuestros propios recursos. Los medios están al alcance, hay que tomarse el trabajo de hacerlo: bibliotecas públicas, libros prestados, amigos, parientes, librerías de viejos, Internet (tenemos la opción de imprimir), en la radio y la televisión también hay programas de cultura y tantos etcéteras que seguramente a vos que me estás leyendo se te ocurrirán. Como diría un amigo "tenemos la obligación de vivir", bueno que no sea nuestra vida sólo respirar automáticamente, sino ser concientes cada momento de que somos, de que estamos, y por que no aprovechar nuestro tiempo en algo tan sencillo y fascinante que es abrir un libro. A la vuelta de la tapa, la aventura nos espera.
DE NUESTRA COLECCIÓN DE RELATOS
Un cuento de "Diablo y el Fogonero"
EL RETORNO A COCHA
Por Abel Samir
Sara, ¡escúcheme bien, por favor querida! Lo que le voy a contar le va a parecer muy extraño y muy irreal, pero sólo es la pura verdad. Soy un hombre muy viejo, aunque usted que me está observando, piensa que no debo tener más de cuarenta años. Cuando escuche mi historia usted va a pensar que yo estoy bromeando, pero todo, absolutamente todo es cierto y puedo probarlo. Como le dije en Iquique, es una historia muy antigua que data de 5100 años atrás.Todo empezó en el pueblito de Cocha, cuando tenía cerca de veinte años. Allí vivía yo con mi madre, mis padres, que eran hermanos entre ellos y mis hermanos que eran hijos de mi madre y de las mujeres de mis padres. Parece un tanto complicado, pero en ese tiempo no existía en Cocha el concepto de familia que existe hoy en día. En realidad uno sabía quién era su progenitora, pero no quién era su progenitor. Cuando un hombre tomaba una mujer, ella automáticamente pasaba a ser la mujer de los hermanos de su hombre. Desde luego que en una familia había muchos niños y todos se consideraban hermanos. Erramos doce hermanos en mi familia, y yo era el segundo de ellos. Mis padres eran cuatro y las mujeres eran sólo tres, una de ellas, Kicha, era mi madre progenitora. Vivíamos fundamentalmente de la caza y de los frutos, que eran abundantes. Aunque usted no lo crea, Sara, este lugar que estamos contemplando ahora, totalmente desierto, estuvo lleno de vegetación. Había muchos animales silvestres, muchas aves que cantaban en los árboles. Había también muchos animales salvajes y peligrosos. El puma y el jaguar acechaban en nuestros bosques y nosotros, los hombres, éramos los encargados de mantenerlos a raya, para evitar que establecieran su redil cerca de nuestro pueblito. Teníamos abundancia de agua.Este relato empieza cuando ya estaba entrado el otoño. La vegetación ya se había vestido de colores alegres y el verdor cedía su lugar a los amarillos, los ocres y los naranjas. Un grupo de cazadores del pueblito había salido en busca de un jaguar, que le había dado muerte a una niña pequeña y eso no era tolerable según nuestras reglas. Habíamos rastreado sus huellas y lo habíamos localizado. Pero era un animal muy astuto y se había escondido entre las ramas frondosas de un árbol muy alto. Le lanzamos muchas flechas, pero ninguna le pudo herir, protegido como estaba por las ramas de aquel árbol. Entonces Moche -mi hermano mayor que hacía de líder del grupo de hombres-, preguntó si alguien tenía alguna idea de como hacer para que el jaguar se bajase del árbol. Se barajaron muchas ideas. Hubo los que propusieron hacerle guardia hasta que el hambre lo obligase a descender, pero era muy peligroso, ya que podía descender de noche y esos animales se mueven muy sigilosamente de noche. El humo podía ser una solución, pero existía el riesgo de un incendio. Entonces yo sugerí que alguien trepase y lo azuzase para obligarlo a descender. Todos me miraron asombrados. Seguro que muchos pensaron que yo estaba mal de la cabeza. Era una posibilidad factible, pero muy arriesgada y nadie se pronunció. Todas las miradas se fijaron en mi persona. Pero como yo era muy soberbio y orgulloso, no podía permitir que mi idea quedase sin respuesta. Me despojé de mi arco y de mis flechas. Cogí mi hacha de piedra -que era muy dura y aguzada- y me la apreté entre mis dientes. Armado de esa forma me di a la peligrosa tarea de trepar por aquel árbol tan hermoso y alto.Yo creo que el más asombrado de todos los espectadores fue el propio jaguar. Seguro que jamás había visto en su vida un humano que se atreviese a darle caza de esa forma. Allí arriba el jaguar era un rey, aun-que tenía la desventaja de su tamaño y de su peso, entre tantas ramas y hojas. Pero en cuanto estuve cerca de él transformé su sorpresa en pánico. La emprendí a hachazos y gritos guturales, que brotaban estridentemente de mi garganta, más que nada por el aumento considerable de la adrenalina, debido al temor y al odio que me producía la peligrosa bestia. El jaguar era un animal todavía joven e inexperto y no supo controlarse, de manera que perdió el equilibrio y cayó a tierra en medio de los hombres que lo ultimaron, después de una lucha encarnizada y fiera.Sara, su sonrisa desdeñosa me dice que no me cree un ápice de lo que yo le cuento. Le pido que tenga paciencia y no me interrumpa hasta que no termine mi relato. Cuando llegamos a «Cocha» cargando aquel precioso animal y los hombres contaron mi proeza, la gente se volcó sobre mí a abrazarme y felicitarme, como nunca antes lo habían hecho con otro miembro de nuestro pueblito. Me ofrecieron presentes, bebidas y comida en señal de amistad y de agradecimiento. Y lo más importante para mí fue que Mara, que siempre me había demostrado desprecio desde que éramos niños, se me acercó y me regaló un par de chalas que ella misma había hecho, con sus bellas manos, aquellas manos morenas y pequeñas que yo siempre había adorado. Con ese gesto, ella había roto con la frialdad que existía desde nuestra niñez, que se produjo cuando su hermano mayor me había dado una golpiza en su presencia, en una oportunidad en que traté de abrazarla. Una vez que la gente se cansó de festejarme, Mara me cogió de la mano y me condujo hasta aquí, esta gruta que no ha sido hecha por la mano del hombre. Claro está, que en aquella época no estaba al des-cubierto como ahora, sino que estaba toda cubierta de vegetación y nadie sabía de su existencia, excepto Mara. -¿Qué edad tiene usted Sara?- Ah, tiene dieciocho años. ¡Qué coincidencia! Ella también tenía dieciocho. Como yo le dije ayer allá en Iquique, existe un tremendo paralelo entre usted y Mara. No sólo que se parecen como dos gotas de agua, sino hasta en la edad. Bien, me doy cuenta que usted quiere que yo continúe con mi relato, aunque no me crea. Me parece que se está empezando a interesar, ¿no es así?Mara me condujo hasta esta gruta y me dejó que yo la besase y ella me correspondió con mucha pasión. Me dijo que ella quería ser mi mujer, pero solamente mía. Eso era romper con las reglas que eran tan atávicas, pero yo también la quería sólo para mí. Como usted comprenderá Sara, eso era algo nuevo para nosotros, debido a que estábamos acostumbrados a la idea de compartir la misma mujer, sin sentir los celos que son tan corrientes hoy en día. Allí nos dimos cuenta de que habíamos estado enamorados el uno del otro, desde hacía una eternidad. Ella no había tenido ningún otro hombre, a pesar de su edad -a los 18 una mujer era ya adulta y, lo usual, era que a los quince años una mujer ya fuese madre- ella se había conservado virgen para mí y durante todos esos años había estado esperando alguna oportunidad, que ocurriese algo para que fuese posible nuestra unión. Y el asunto del jaguar había venido tan propicia-mente. Yo le dije que la amaba y que la había amado desde siempre, que mi amor era infinito y se perdía en el tiempo y que en el fondo de mi corazón, sabía que ese día tenía que llegar.Desde aquella vez, nos encontrábamos en secreto en esta gruta, y yo postergaba el día en que oficialmente ella sería mi mujer para no compartirla con mis hermanos. Eso era algo feo, que si se hubiese sabido, me habría costado muy caro. Como usted sabe el amor es algo egoísta y uno no quiere compartir el objeto de su amor con nadie. Me transformé en un hombre orgulloso y me pavoneaba frente a todos. Todos creían que era sólo por mi hazaña, ya que no sospechaban de nuestros encuentros. No entendía que mi hazaña no sólo me traería felicidad, sino también, lo contrario, fue el comienzo de mi tragedia.Hacía días que habíamos visto una luz en el firmamento. Una luz parecida a la de un sol. El objeto luminoso se había situado a veces sobre nuestra aldea durante largo tiempo y a veces desaparecía, para volver de nuevo queriendo provocarnos. Por cierto que todo el mundo estaba atemorizado por ese fenómeno inexplicable, especialmente para una cultura tan antigua sin los conceptos de universo, planetas, gravedad, antigravedad y otros. Imagínese usted Sara, lo que podíamos pensar nosotros de ese extraño objeto. Ahora es más factible de imaginarse cualquier cosa, especialmente cuando uno sabe que existen los aviones y que el hombre vuela en el espacio y ya ha alcanzado la Luna. Bueno, como yo le dije Mara, ¡oh, perdón Sara! -perdóneme que la confunda con ella- todos estábamos atemorizados y a pesar de mi temeridad, yo también lo estaba. Entonces, el extraño objeto se posó sobre lo alto de esa colina, esa que usted ve allá. No la más alta, sino aquella, la que tiene una planicie en su tope. La aldea sólo quedaba a un kilómetro de la colina, yo creo que era allí, cerca de aquella hondonada, pero no estoy seguro, ¡todo es tan distinto ahora! Como usted comprende, me ubicaba por los árboles, los senderos y por la cocha, y nada de eso existe ahora. ¡Por favor no tenga lástima de mí!, durante muchos años he rumiado mi pena y ya he aceptado mi destino. El tiempo cicatriza todas las heridas y eso es cierto, sino, no podríamos sobrevivir. Perdone usted que todavía mis ojos lagrimeen.Buen, sigo con mi relato. El temor se había apoderado de la aldea y nadie se atrevía a alejarse de allí. Esperábamos que el objeto se fuese y nos dejase en paz, pero los días pasaban y él seguía allí, como esperando algo, tal vez un sacrificio, o algo por el estilo, pensábamos. Pero esa situación no podíamos aceptarla como algo permanente, ya que no se puede vivir como prisioneros en la aldea, sin la libertad de movimientos, a lo que estábamos acostumbrados. Había que hacer algo. Alguien propuso que era necesario ir y ver que era eso. -A lo mejor no es algo peligroso- dijo ese alguien. Lo más lógico era que solo fuese un hombre, para no arriesgar la vida de muchos, los que éramos necesarios para mantener a raya a las fieras y para defender a la aldea de las incursiones de nuestros enemigos. Como me había vuelto un ser soberbio y orgulloso, y quería a toda costa mantener el lugar que me había ganado con mi hazaña, me puse de pie y frente a todo el mundo, sin perder de vista a Mara, dije que yo no tenía miedo -aunque por dentro no era así- y que estaba dispuesto a ir solo y acercarme a ver si el objeto entrañaba algún peligro. Si era algo así como un sol chico, a lo mejor podíamos obtener algún beneficio, o era algún Dios, quién sabe -dije yo- en ninguna forma convencido de mis propias palabras.Me armé con mi arco y flechas, una lanza y mi hacha. Kicha me tomó de las manos y me deseó que la suerte me acompañase. La vista de mi querida Mara estaba fija en mis ojos y yo le dije a través de ellos todo lo que yo sentía por ella. Los hombres estaban silenciosos. Nadie de ellos se pronunció porque los hombres no mostraban sus sentimientos frente a la gente. Eso sólo lo podían hacer las mujeres y los niños pequeños. Me tuve que armar de una fuerte dosis de valor para emprender la marcha. Sabía que los hombres me veían salir de allí con una mezcla de sentimientos contrapuestos. Alivio por no tener que arriesgar el pellejo, envidia por lo que la gente sentía por mí y una suerte de orgullo de ser mis amigos o mis hermanos. Escalé la colina sin gran dificultad. Allí no había mucha vegetación, ya que como usted puede apreciar, el terreno es muy pedregoso. Cuando llegué al tope me enfrenté con el extraño objeto. Era tan grande que me dejó estupefacto. Estaba parado sobre cinco patas cuyo largo era mayor que tres hombres parados sobre sus hombros. En ese momento no despedía ninguna luz y no había señales de seres vivientes. Piense usted Sara, que cuando uno nunca ha visto una maquinaria, un automóvil o un avión, ver ese extraño objeto volador era una experiencia aterrante. ¿Qué fue lo que pensé yo? ¡Imagínese! Yo no tenía parámetros para medir o comparar. Yo le diré lo que pensé. Pues nada. Tal vez, pensé, que era algo enviado por nuestro Dios, porque nosotros creíamos en la existencia de un gran espíritu que vivía en lo alto de los árboles. Aparte de esa pobre explicación, no tenía ni la menor idea de lo que pudiese ser. ¡Que podía yo decirles a los demás, cuando volviese a la aldea! Que era más largo que el árbol más alto que jamás habíamos visto. Que era redondo como la luna y que la consistencia era tan dura como la roca y, además, muy brillante y pulido. No, no me habrían entendido, o no me habrían creído. Piense usted que no conocíamos ni los metales. Me acerqué y lo toqué. Era duro y helado. Lo golpeé con mi hacha hasta que ésta se hizo trizas, pero al objeto no le pasó nada. Había seres vivientes en ese objeto. Eran unos seres parecidos a nosotros. Sólo que sus piernas y brazos son más delgados y de cabezas mayor que las nuestras. La estatura de ellos y, al principio, pensé que se trataba de un grupo de niños. Además, son totalmente lampiños.Me quedé paralizado por el temor y pensé emplear mi lanza, pero no fue necesario. Por sus gestos entendí que no pensaban atacarme, ni hacerme daño. No entendía nada de lo que hablaban, era una lengua totalmente diferente de las lenguas indígenas que yo conocía. -tampoco conocía el castellano, lo aprendí posteriormente para poder comunicarme con la gente de acá- después, se comunicaron conmigo por intermedio de la telepatía y me pude enterar de que ellos no habían venido a hacernos daño. No les interesaba ni robarnos nuestras mujeres, ni nuestros enseres. Me dijeron que sus fines eran totalmente pacíficos. Me convidaron a subir al objeto volador y me preguntaron si yo estaba dispuesto a acompañarlos a un viaje largo. Yo acepté, pensando que se trataba de algunas horas o de un día, pero no más. En realidad fue un malentendido. Sí, yo el muy tonto acepté, aunque a veces pienso que gané mucho con mi decisión. Pensé que mi vida estaba predestinada por los dioses desde hacía mucho y todo tenía que ocurrir como ocurrió; ahora ya no creo en eso. Si fue un error querer demostrar ser el más valiente, ahora no estoy seguro. Tal vez, nunca podré saberlo porque todo es relativo en la vida. No existen las verdades absolutas, solamente las relativas. El mal completo no existe, como tampoco existe el bien sin una dosis de mal. Diría que perdí y que también gané. Durante muchos años me acongojé de mi Mara y me preguntaba si seguiría viviendo. No podía ser feliz. Su recuerdo me inundaba hasta ahogarme. Viajamos hibernados a un planeta de la estrella, que aquí en la tierra, se conoce con el nombre de Bernard. Felizmente no hay plasma de anti-materia entre nuestros dos sistemas solares, de otra forma nos habríamos desintegrados durante ese viaje. Como viajamos a una velocidad muy cercana a la de la luz -un viaje que toma once años de ida y vuelta-, el tiempo casi se detuvo para nosotros y sólo envejecí unos años, mientras que aquí en la Tierra transcurrió toda una eternidad. ¡Increíble! ¿No es cierto? Yo no experimenté nada con el viaje. Dormí todo el tiempo hasta que entramos en la atmósfera del planeta Xytar. ¡Imagínese Sara cual no sería mi sorpresa de llegar hasta allí! Las ciudades de ellos son mucho más modernas que cualesquiera de las de la tierra. Y sus ciudades están construidas bajo tierra para defenderse de las radiaciones del cosmos. Ocupan los espejos para llevar la luz al interior de sus construcciones subterráneas. Y todo es mucho más racional y limpio. Sin una atmósfera contaminada como la nuestra. Sin la amenaza constante de guerras nucleares como aquí, ya que allí no hay países enemigos. Ellos se han unido en una sola nación, en un solo pueblo y viven en paz desde hace miles de siglos. Es una sociedad en la que ya no existen las clases sociales. Todos son trabajadores y tienen muchas actividades. Viven en una sociedad de gran armonía, aunque también hay momentos de desorden interno, pero no llegan sus contradicciones a ser antagónicas. Esa gente es verdadera-mente libre. Se preocupan de la naturaleza y de los animales. Se dedican a las artes y a todo lo que es la cultura universal. Los niños nunca reciben maltratos como en la Tierra. Y muy importante, Sara, están preocupados de la vida en nuestro planeta. Ellos dicen que nuestro futuro es muy incierto, que en algunos centenares de años no se va a poder vivir en la Tierra. Dicen que la sociedad que hemos creado está psíquicamente enferma. Que estamos destruyéndonos a nosotros mismos. Que nuestra enfermedad nos lleva a utilizar la violencia para imponer el egoísmo de las clases dominantes; que destruimos y depredamos irracionalmente, sin preocuparnos de las generaciones del futuro. Todo lo que es más importante para la conservación de la vida se destruye sistemáticamente. Los bosques, los mares y la atmósfera. Y la vida aunque existe en muchas partes de este Universo, no existe en todos los rincones, porque las condiciones para que se desarrolle son muy especiales. La vida, Sara, se traslada de un lugar a otro. Los cometas son verdaderas máquinas de siembra de la vida. Sólo se desarrolla cuando hay condiciones favorables, entonces se establece y evoluciona, de lo contrario muere. La vida no es el resultado de la transformación de la materia inerte en materia orgánica. Es más sencillo: ella ha existido siempre. Difícil de entender, ¿no?Sara, aunque usted no lo crea, este desierto fue un lugar tan bello y lleno de vida, ahora sólo piedras, arena y sal.En el planeta Xytar me eduqué. Soy médico endocrinólogo. Todo se lo debo a ellos, que me trataron con respeto y consideración, y que supieron evaluar mi inteligencia. Podría vivir aquí y ayudar, pero tendría que pasar por grandes dificultades. No tengo ninguna nacionalidad. No pertenezco a ningún país. No he nacido en ninguna parte. No tengo familiares, ni amigos del pasado. Nadie existe ya. Y no me gusta el sistema, la sociedad irracional que aquí existe. Y si todo eso fuese superable, ¿de qué serviría? Nada, ni nadie parece poder cambiar el curso de la historia que se avecina y que la humanidad tiene apuro en acelerar su propia destrucción y del mundo en que viven. Las materias primas se van tirando en producir cosas innecesarias. La gente piensa sólo en sí misma y el egoísmo se ha transformado en una institución universal. No puedo vivir con estos valores, y es por eso que retorno a Xytar. Me voy con un tremendo sentimiento de congoja, pero estoy tranquilo y seguro de mi decisión. Los hijos que yo tenga quiero que vivan en un mundo mejor. Pero, tengo un enorme problema. No quiero vivir sin una compañera y no puedo procrear con ellos, debido a que no somos iguales. Nuestros cromosomas son diferentes. Por eso le pedí a usted que fuese mi esposa y me acompañase en el viaje más largo y fantástico que usted podría imaginarse. Y usted que creyó que estaba bromeando cuando le dije que yo no era un hombre de este tiempo. Pero querida Sara, observe eso que se está hacer-cando allá en el cielo, ese objeto circular que ahora se mueve en forma de zigzag, lo ve, ¿no es cierto? Son ellos que vienen a buscarme a la hora precisa. Su reloj de pulsera debe estar marcando, con toda seguridad, las 11 de la mañana en punto.
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