junio 20, 2006

SEMANA DEL 18-6 AL 25-06 DE 2006

DE LOS ACTOS DE RECORDACIÓN DE BORGES

Veinte años de una fama que se acrecienta
junto a la de una Buenos Aires fantasmática.

El miércoles de la semana pasada se recordó el 14 de junio de 1986, fecha del fallecimiento del escritor Jorge Luis Borges. (Recordarlo es un decir, porque estos aniversarios son totalmente relativos, ya que el Borges que verdaderamente interesa está en cada uno de los libros que uno posee de este autor.) Ya desde el sábado anterior los medios nacionales comenzaron a indicar que en este país son "Pocos los que recuerdan a Borges", tal como lo indicaba un recuadro en la tapa del diario La Nación, al tiempo que otros mencionaban que eran pocos los actos oficiales en la Argentina. Siempre hay oportunidad para la "indirecta" en este país. Y la memoria del autor no privaría a nadie de hacer hincapié en ciertos "descuidos oficiales".
Lo concreto, para evitar la polémica estéril, es que hubo un ciclo de cine, una muestra en el Teatro Cervantes y la reproducción de su voz en la Biblioteca Nacional. De todas formas la presencia de Borges, en las librerías, sigue siendo notable. También los actos, que en el extranjero, homenajearon su memoria. Su tarea como escritor, buscando la universalidad, rindió sus frutos (en estos actos) lo que no es nada más que una corroboración de que lo que buscaba lo encontró. El afecto sobre el resto del mundo de una obra creada dentro de la literatura, pero apuntando a que también los otros –los extranjeros- nos entiendan... mejor dicho, entiendan el porteñismo borgeano, lo asocien a lo universal literario y traten de entender a esa fatasmática Buenos Aires que brota de sus relatos.
La velada acusación mencionada en los primeros párrafos, destinadas a hostigar a los sectores oficiales, también fue relativa. Hubo homenajes en varias universidades nacionales. La del Nordeste, en Corrientes, dedicó al autor un ciclo "Otoño poético: el poeta y su paradigma"; y la de Villa María, en el oeste cordobés, una serie de jornadas sobre Borges y Lugones. Además la Municipalidad de General San Martín realizó un maratón de lectura "20 años sin Borges" en una de las sociedades de fomento de la localidad. En definitiva no hay porque rasgarse las vestiduras, el aniversario fue visible en la figuración social, dejando constancia de la importancia que en este sentido va adquiriendo –después de su muerte- el autor de El Aleph.
Lo que no nos queda constancia es si el "aniversario" sirvió para que más gente se acercara a la literatura del Maestro Borges.
Nos preocupa esto último. Últimamente su literatura es presentada de un modo cada vez más comercial: ya no inquieta, ya no crea polémicas. Un sopor de cosa muerta se apodera de los brillantes tomos exhibidos en las iluminadas librerías. Y aún su obra, prolija y sutilmente elaborada, no ha sido apropiada por el inconsciente colectivo, ni por la crítica especializada que no ha trabajado con detenimiento las maestrías ocultas en los textos del autor. Borges, como nombre está vivo, su literatura –me parece, sólo me parece- duerme su sueño de eternidad en insondables anaqueles. Ningún libro sirve si no estable su dialogo con un lector. Ningún libro es bueno si no cierra su círculo de pertenencia en el otro. Es temible que Borges se convierta en una figuración canónica, porque su literatura –digan lo que digan-, aún está viva y palpitante como tantas de nuestras cruentas y sangrientas contradicciones. (JB.)

UNA BRILLANTE OPINIÓN

Esta fue la vertida por Luis Gregorich y
titulada "El hombre ético que nos enseñó a leer".

Dijo el conocido editor:
La superstición del sistema métrico decimal –habría dicho Borges- hace que los homenajes tengan que ver con la década o décadas transcurridas desde que alguien fue coronado o ganó un torneo de tenis o, más austeramente, se murió.
No por ausente Borges ha dejado de gravitar en nuestro sistema literario, al que reestructuró por afinidad o por oposición. Nos enseño a leer y escribir hasta tal punto que sólo muy lentamente los jóvenes escritores, habiéndolo asimilado, van encontrando sus propios registros.
Dos décadas sin Borges obligan, no tanto a la esclerosis de los actos públicos, como a no olvidar algunos de los valores que defendía. Se deseó, se consideró un hombre ético. Supo criticarse a sí mismo y, todavía en plena dictadura, condenar el horror de los desaparecidos. No es mal ejemplo para un país en el que no parece haber lugar, hoy, ni para el perdón ni para el arrepentimiento.
Propugnó la ética de la escritura. No se trata sólo de escribir bien, con eficacia y destreza, sino de conocer las trampas que encierra el lenguaje. Aunque fue uno de los escritores más originales de su tiempo, se proclamó, ante todo, un lector. Entendió que toda escritura es una reescritura, y que nuestras pasiones y amarguras otros la han experimentado antes, pero que de todos modos vale la pena imaginarlas (escribirlas) de nuevo.
Aprendimos con él que trasponer un verbo o resignificar un adjetivo era tanto o más importante que mil golpes en el pecho. Su tránsito literario fue un extraordinario pasaje de lo complejo a lo simple, de la densidad verbal a la extrema y limpia sencillez.
No quiso ser más argentino que nadie, pero su prosa ambigua, discreta ye irónica, victoriosa en su europeismo apócrifo, nos representa mucho mejor que las caricaturas nacionalistas y tangueras.
Precisamente él, que era un irreductible antinacionalista, describió con fervor los matices, la música interior, el color de lo argentino. Reelaboró la tradición viva; no definió ninguna esencia. Fue a la vez Sarmiento, José Hernández y Lugones. También sin ocultarlo, Stevenson, Schwob y la Enciclopedia Británica.
Han pasado dos décadas de la muerte física de Borges. Hay muchos modos de honrar su memoria, y no deberíamos privarnos de ejercerlos. En primer lugar se trata de seguirlo leyendo. Descartemos las lecturas por obligación y desconfiemos, pese a su inspiración iluminista, de los libros que nos pondrán en las bibliotecas de las viviendas recién construidas o en las mesitas de las peluquerías. (Desconfiemos, aunque igual los leamos) Leámoslo por intuición y placer, con la seguridad de que, tras haberlo leído, como ocurre con todo gran escritor, nos sentiremos un poco más inteligentes y felices.
Y existe, además, una manera de homenajearlo en el ámbito público.
No consiste, necesariamente, en organizar actos ni descubrimiento de placas en su memoria. Consideraría, para parecernos más a él y a su obra, en reducir la guaranguería y la prepotencia, en practicar la cortesía y la buena educación, y en reconocer en el interlocutor a nuestro igual y no a un demonio.
Para ser, en definitiva, o intentar ser, buenos lectores y ciudadanos éticos. Borges sabría agradecerlo. (Luis Gregorich)

TEXTO RECOMENDADO

"Comprensión de textos escritos" de Giovanni Parodi - Colección: Enciclopedia semiológica. Directora Elvira Narvaja de Arnoux. Editada por EUDEBA.

En las páginas iniciales de este libro, su autor señala una paradoja de la cultura contemporánea: a medida que complejizan los sistemas de transmisión de datos, a medida que los medios de comunicación se extienden y se vuelven cada vez más sofisticados, se acentúa la crisis -que lleva ya varios años de existencia y que no es privativa de las sociedades de desarrollo económico menos afortunado- en el desarrollo y manejo de la lengua escrita. Constituye un actual desvelo de los profesores de enseñanza media el hecho de que la adquisición de nuevos conocimientos de sus estudiantes se vea obstaculizado por esta carencia.
Si bien este texto no se adjudica el mesiánico propósito de dar fin a ese problema, sí se propone una reflexión responsable sobre la cuestión: el trabajo se aborda en primera instancia a partir de un examen sobre las más elaboradas teorías sobre las estructuras cognitivas humanas y su papel en la comprensión del texto escrito; luego, se revisan con espíritu crítico los modelos de comprensión textual elaborados por los especialistas en psicolingüística y se transitan tópicos fundamentales tales como el papel de la inferencia y la relación entre la producción y la comprensión de textos escritos. Finalmente, el autor reseña una experiencia llevada a cabo por académicos y docentes de escuela secundaria, que intentó con todo éxito acercar las fronteras, a veces incomprensiblemente lejanas entre la meditación teórica y su aplicación en un contexto real y cotidiano.

DE NUESTRA COLECCION DE RELATOS

Busco a Borges para asesinarlo
Por Reinaldo Spitaletta

La historia es real. Me la contaron hace tiempo, mientras llovía en Buenos Aires. Los hechos en sí no tienen mucha importancia, pero las circunstancias en que ocurrieron tienen la clave del jeroglífico. A la puerta de mi casa tocó esa tarde un hombre, de ojos tristes, como de perro con hambre, y manos flacas. Se identificó sin rodeos como Lazarus Morell. Por su aspecto, pensé que se trataba de algún mendigo, o de un poeta callejero. Como llovía, lo mandé a entrar, aunque con cierto temor. Siempre se teme a lo desconocido. El tipo se sentó y comenzó a hablar, en un lenguaje en el que mezclaba dialectos de gitanos con oraciones religiosas. Ya no me cabía duda. Era un loco.Hace años lo andaba buscando, dijo. Ahora podré morir tranquilo. Leí a Spinoza y a Platón, a Heiddeger y Nietzsche, y a otros de cuyos nombres ahora no me acuerdo. También leí la Enciclopedia Británica y el Talmud, y pasé horas enteras escudriñando los cuentos de Las mil y una noches y buscando en las bibliotecas todo lo referente a la doctrina de Tlön, pero todo ese esfuerzo resultó inútil, porque, en realidad, al único que le ha servido ese conocimiento es a un escritor argentino. A ese autor de tantas ficciones lo odio. Aunque no sé si exista o sea un producto de mi imaginación.Afuera, seguía lloviendo. El hombrecito se acomodó mejor en la silla, y luego le ofrecí un cigarrillo. Lo rechazó con un movimiento de manos. Habló después sobre las paradojas y el tiempo circular, sobre los relojes de arena y los mapas, sobre la tipografía del siglo XVIII, "rajó" de Judas Iscariote y lanzó, de manera injustificada, improperios contra el Dante.Yo estaba aterrado, no por las vociferaciones de Lazarus, sino porque, de verdad, no le entendía nada. Pero algo en él me gustaba. Tal vez era su forma de sentirse tranquilo en un lugar donde no le conocían. Comprendí, en su real dimensión, que el tipo estaba desquiciado.A él no le importaba si su lenguaje era o no entendible. Lo único que quería era desahogarse. He estado en las regiones más inhóspitas, en el infierno y el paraíso, en los sitios donde el tiempo no existe, en el infinito y en la nada. En todas partes y en ninguna. Y, con todo, no he podido encontrarlo."¿A quién no ha podido encontrar?", le pregunté, de modo estúpido. Me miró como se mira a una cucaracha, como se mira a un ser insignificante. Y no respondió.Horas después -segundos, tal vez- Lazarus, que vestía pantalón de dril y camisa de popelina verde, seguía hablando sobre la prosa de Stevenson y la viuda Ching y sobre cómo robar caballos, en una cháchara interminable, que parecía más bien un sermón de iglesia. Luego prosiguió con Bertrand Russell y lo cíclico de la historia, y se empeñó en demostrar que el teorema de Pitágoras era una falacia. Y así, con la propiedad que tienen los locos al hablar, me dijo que él era la reencarnación de un tigre. Después, o antes, se puso a recitar fábulas de Fedro y a hablar de un tal Pierre Menard. Cuando el hombre se percató de que la lluvia se había ido, entonces entonó blues y me preguntó si, por algún acaso, yo tenía una guitarra. Le dije que no, pero que la podía conseguir. Dejemos la cosa así, respondió. No necesito guitarras, necesito tiempo.Yo ya no sentía miedo. Sentía compasión. Lazarus no paraba de hablar incoherencias. Citó a Mallarmé: "El mundo existe para llegar a un libro". Mi vida ha sido una fuga permanente. Vivo, no para llegar a un libro, sino para encontrar al ser que me creó. No quiero pertenecer a la memoria de las atrocidades. Quiero pertenecer al olvido. Usted, si es inteligente, ya debe saber que, desde siempre, busco a Borges para asesinarlo. Pero no sé si ese autor existe o es producto de mi imaginación.Lazaruz se relajó. Se recostó contra el espaldar del sillón y se quedó dormido. Soñaba. Y yo lo soñaba a él. La historia es real. Me la contaron una tarde, mientras llovía en Buenos Aires.
(Fecha publicación 15/06/2006)

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