abril 15, 2009

TEXTOS RECOBRADOS – BIOY EN LETRAS DESDE CABALLITO (1)

Adolfo Bioy Casares:
"Escribir da sentido a
la vida y mucha fuerza"





Jorge Urien Berri es o fue periodista de la redacción del diario LA NACION de Buenos Aires, y hace algún tiempo atrás publicó esta entrevista que estuvo guardada y olvidada durante más de dos décadas. Este texto recobrado nos fue enviado –con gran perspicacia- por la profesora Ana Maria Serra. Retocado convenientemente a nuestros fines lo publicamos en dos entregas, de las cuales, la presente es la primera.
(Agradecemos la gentileza del autor por mostrarnos a un Bioy Casares sólo conocido por aquellos que rodeaban al escritor).



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Esta conversación se desarrolló en el año 1987. Ahora por fin se conoce. Representa la intimidad de un encuentro en el que el escritor se confió sin retaceos. Habló de sus comienzos en las letras, las mujeres, sus gustos literarios y no evitó los temas políticos ni el de la muerte, después de la cual sólo preveía un vacío del que no lo consolaba ni siquiera la trascendencia de su obra. El entrevistado Jorge Urien Berri (trabajando para el mencionado diario), recuerda la conversación con el escritor con estas palabras: “Veintidós años pasaron de aquella primera entrevista con Adolfo Bioy Casares y aún recuerdo mi sorpresa porque el entrevistado tenía más miedo que el entrevistador. Recuerdo al flaco y alto caballero, ya un poco encorvado, que en su enorme escritorio del quinto piso de Posadas y Schiaffino me hizo sentir cómodo e inteligente, el escritor que, sin la falsa modestia de Borges, hablaba de sus luchas con las palabras y las tramas y del placer de la escritura: Empecé a escribir relatos a los doce años –dijo Bioy en ese momento- y estoy escribiendo relatos. Escribir da sentido a la vida y da mucha fuerza.



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Sigue diciendo Urien Berri: Dialogamos casi tres horas, en dos tiempos. El segundo explica por qué Bioy me pidió no publicar la entrevista. (Aquello)… Fue en 1987, abril tal vez, porque hacía muy poco de la rebelión de Aldo Rico y sus carapintadas contra Alfonsín, tema por el que me preguntó con insistencia. Le preocupaba el país y la política, estaba muy informado y, como se verá, sus reflexiones sobre aquella Argentina calzan a la perfección en la de hoy. Bioy tenía 72 años. "Qué asco", agregó al decírmelo con una sonrisa amarga que aún estoy viendo. Ahora, al leer sus diarios editados después de su muerte (Descanso de caminantes), comprendo que hacía tiempo que la vejez lo obsesionaba y entiendo por qué, cuando hablamos de la muerte y le dije que no moriría del todo porque quedaban sus libros, se exaltó: "No, ésas son ilusiones", la muerte "será el fin del mundo para mí". Y sin embargo, era un hedonista que gozaba de la escritura, la lectura, la comida, las mujeres. Pero no de las entrevistas. "No me gustan –me confesó– porque llevan a la publicación de borradores y mis borradores son malos, lo sé." La timidez y la entrega de quien va al cadalso lo hacían un excelente entrevistado. Al año siguiente escribió en sus diarios: "Durante un período enfrenté los reportajes periodísticos muerto de miedo, como si fueran mesas examinadoras".



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Acordé enviarle el borrador y disfruté la charla –continua Urien Berri- oteando cada tanto la belleza de su hija Marta en una foto que él le había sacado y que colgaba entre los libros de la gran biblioteca del escritorio. Borges había muerto hacía un año. Bioy se había enterado en un quiosco de diarios de Ayacucho y Alvear y aquella tarde de junio de 1986 siguió caminando por Barrio Norte "sintiendo –escribió en su diario– que eran mis primeros pasos en un mundo sin Borges". Cortázar, su amigo a la distancia, había muerto en 1984. Quedaban él y Sabato. Autor de una obra original y sólida que incluye el portento de La invención de Morel, ahora, pensaba yo, Bioy salía de abajo de la sombra densa de su amigo Borges. No me animé a tocar el tema. Ni siquiera hablé de Borges. Lo hizo él. Le llevé el borrador de la entrevista con las 42 carillas de la desgrabación literal reducidas a once. Al día siguiente su íntimo amigo desde la infancia, Enrique Drago Mitre, presidente del directorio de La Nación, me llamó por primera y única vez a su despacho: "Adolfito me pide que lo perdone. Dice que usted estuvo bien pero él no, y le ruega no publicarla". Protesté, era una estupenda entrevista. No hubo caso. Pero Bioy, caballero al fin, se tomó el trabajo de enviarme un sobre con su borrador de mi borrador. Siete carillas a máquina –aún las conservo dice Urien Berri – que confirmaban cuál era la traba.
En su versión faltaban las preguntas sobre la dictadura, la represión y los juicios a los militares que habían originado la rebelión carapintada, y obviamente faltaban sus críticas a los represores y a los guerrilleros. La nota no se publicó. "No quisiera ofender", me había dicho en la segunda parte de la charla en la que había volcado reflexiones duras y dolorosas. Cuando volví a entrevistarlo en 1994 no mencionó nuestra mutua frustración de 1987. Ya lo dije, un caballero. Aquella entrevista de hace 22 años se publica ahora para hacerle justicia y porque los tramos más pesimistas y doloridos de la segunda parte resultan similares a los que por entonces escribió en sus diarios y que luego se hicieron públicos. Además, hoy el tema de los juicios a los militares no tiene el enorme peso de aquel momento. Del texto que me envió he aprovechado algunas precisiones de circunstancias y fechas.


(CONTINUARA)
© Jorge Urien Berri.

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