En estos tiempos en que se habla de la "muerte de las ideologías", surge como un bálsamo la memoria de Juan Crisóstomo Lafinur, un argentino que murió un 13 de agosto de 1824. Hoy solo se lo conoce por que su nombre ornamenta una calle de esta misteriosa capital del país. Sin embargo, su principal trascendencia, en nuestra cultura, esta dada por ser el introductor de un novedoso concepto, aun para aquellos tiempos, acerca de lo que significaba el concepto y la misma palabra "ideología".
JUAN CRISOSTOMO LAFINUR
Y LA "IDEOLOGIA":
UN DESTINO DE LUZ Y TORBELLINO
El término ideología, que significa concretamente una tendencia o escuela filosófica, es culturalmente asimilado, después de haber sido modificado el concepto por Carlos Marx, un "sistema de ideas, de opiniones o de creencias". Al parecer fue el emperador Napoleón quien lo utilizo por primera vez, denominando con tal intención a los ideólogos que eran en la época del Primer Imperio una poderosa corriente del pensamiento francés. Entre nosotros suele tener otros usos. Suele denominarse ideólogos a todos aquellos que, faltos del conocimiento de la propia realidad, creen que los hechos o los hombres pueden ser conducidos por un conjunto de normas determinadas, propugnando la adopción de determinados modelos basados en la realidad de experiencias foráneas.
Pero hubo un hombre de nuestra historia, que introdujo el concepto en nuestra cultura y que lucho y sufrió por la aceptación doctrinaria de los conceptos básicos de este conocimiento entre nuestra gente de las letras y de la política.
Una historia del pasado
En la región noroeste de la provincia de San Luis, en una de las zonas mejor caracterizadas por la montaña ríspida y el valle de fértil verdor, se encuentra una privilegiada extensión a la que su riqueza de minerales dio, a mediados del siglo XVIII, el nombre de Cerro Ricos. Al pie de esos cerros se levanta, señoreando el valle la población de La Carolina. Allí fueron a radicarse a mediados de 1794 el matrimonio Lafinur-Pinedo. Un matrimonio donde, según los biógrafos de nuestro personaje, parecieran haberse unido la suave fragilidad femenina con la masculina fuerza del hombre de acción. Don Luis de Lafinur, capitán en las tropas del rey de España, vino a América con la expedición de don Pedro de Cevallos. Un segundón entre la oficialidad pero alto y fuerte como un roble. Luego de diversos lances de guerra contra lusitanos e indígenas, le atrajeron las mentas de aquellos cerros puntanos en cuyas cercanías se estableció. Doña Bibiana de Pinedo y Montenegro, por el contrario, era hermosa, delicada y sensible. Amaba todo lo bello, especialmente la música y la poesía. También gustaba de la soledad y del hondo meditar.
Un viernes 27 de enero de 1797, que el santoral consagra a San Juan Crisóstomo, (nombre que quiere decir "boca de oro") nació aquel muchacho que llevaría ese nombre y que habría de ser un brillante orador de elocuencia avasalladora. En 1806, con motivo de la primera invasión inglesa, fue convocado el padre al servicio activo y la familia Lafinur se radicó en Córdoba. Allí Juan Crisóstomo, que había demostrado su despierta inteligencia mientras era su madre su primera maestra, estudió en el colegio de Monserrat. Cursó tres grados en la Universidad de Córdoba "bachiller, licenciado y maestro de Artes (filosofía). Allí aprendió a manejar los métodos del pensamiento de esos tiempos. Sin convicción, dispuesto a reemplazar esa herramienta intelectual en cuanto encontrase otra mejor, que seguramente tenía que existir.
Cuando la guerra contra el antiguo régimen golpeo a la puerta de aquellos claustros, y cuando el general Belgrano paso por Córdoba para organizar y disciplinar férreamente al Ejército del Norte, el indisciplinado universitario pidió un lugar en las filas de quienes se ofrecían generosamente para luchar por nuestra independencia. Un sentido especial del concepto de "independencia", que estos hombres tendía a ser una unidad política y cultural. Querían realmente poder despegar de aquella España. Para el joven puntano era solo un símbolo del atraso, la incultura y la intolerancia del desbordado absolutismo fernandista. La difusión de la "leyenda negra" y del iluminismo había dado sus frutos en América y minorías ilustradas y activas trabajaban por la "feliz revolución de las ideas".
En la región noroeste de la provincia de San Luis, en una de las zonas mejor caracterizadas por la montaña ríspida y el valle de fértil verdor, se encuentra una privilegiada extensión a la que su riqueza de minerales dio, a mediados del siglo XVIII, el nombre de Cerro Ricos. Al pie de esos cerros se levanta, señoreando el valle la población de La Carolina. Allí fueron a radicarse a mediados de 1794 el matrimonio Lafinur-Pinedo. Un matrimonio donde, según los biógrafos de nuestro personaje, parecieran haberse unido la suave fragilidad femenina con la masculina fuerza del hombre de acción. Don Luis de Lafinur, capitán en las tropas del rey de España, vino a América con la expedición de don Pedro de Cevallos. Un segundón entre la oficialidad pero alto y fuerte como un roble. Luego de diversos lances de guerra contra lusitanos e indígenas, le atrajeron las mentas de aquellos cerros puntanos en cuyas cercanías se estableció. Doña Bibiana de Pinedo y Montenegro, por el contrario, era hermosa, delicada y sensible. Amaba todo lo bello, especialmente la música y la poesía. También gustaba de la soledad y del hondo meditar.
Un viernes 27 de enero de 1797, que el santoral consagra a San Juan Crisóstomo, (nombre que quiere decir "boca de oro") nació aquel muchacho que llevaría ese nombre y que habría de ser un brillante orador de elocuencia avasalladora. En 1806, con motivo de la primera invasión inglesa, fue convocado el padre al servicio activo y la familia Lafinur se radicó en Córdoba. Allí Juan Crisóstomo, que había demostrado su despierta inteligencia mientras era su madre su primera maestra, estudió en el colegio de Monserrat. Cursó tres grados en la Universidad de Córdoba "bachiller, licenciado y maestro de Artes (filosofía). Allí aprendió a manejar los métodos del pensamiento de esos tiempos. Sin convicción, dispuesto a reemplazar esa herramienta intelectual en cuanto encontrase otra mejor, que seguramente tenía que existir.
Cuando la guerra contra el antiguo régimen golpeo a la puerta de aquellos claustros, y cuando el general Belgrano paso por Córdoba para organizar y disciplinar férreamente al Ejército del Norte, el indisciplinado universitario pidió un lugar en las filas de quienes se ofrecían generosamente para luchar por nuestra independencia. Un sentido especial del concepto de "independencia", que estos hombres tendía a ser una unidad política y cultural. Querían realmente poder despegar de aquella España. Para el joven puntano era solo un símbolo del atraso, la incultura y la intolerancia del desbordado absolutismo fernandista. La difusión de la "leyenda negra" y del iluminismo había dado sus frutos en América y minorías ilustradas y activas trabajaban por la "feliz revolución de las ideas".
El descubrimiento de la "ideología"
Personalmente Lafinur sentía por el general del Ejército del Norte una admiración sincera que en todo momento habría de demostrar. Conocía, por cierto, las ideas de Belgrano sobre la necesidad de renovar la enseñanza de la filosofía tal como era entonces impartida: discurrir con el mayor acierto al entrar al estudio de las ciencias poniendo el razonamiento continuamente a la prueba de la experiencia... porque la naturaleza que es tan maestra nunca puede engañarnos si entramos a observarla libre de preocupaciones y falsos prejuicios. Sabe que Belgrano ha aconsejado la experimentación y el empleo del método matemático. Que ha escrito "séanos lícito recomendar la lógica de Condillac", y que, también basado en el autor del Ensayo sobre el origen de los conocimientos humanos, ha escrito acerca de la necesidad de alejar de nuestras escuelas la metafísica ambiciosa y mal enseñada. Belgrano "el auténtico forjador de la conciencia revolucionaria de Mayo", como lo definió Ricardo Levene, es además el sembrador de muchas semillas de lento brotar. Nuestra auténtica veta en lo educacional está fundamental e íntegramente en el secretario del Consulado y en el vencedor de Salta, que destina el premio obtenido a la fundación de escuelas. Belgrano quiso también mejorar el nivel profesional de la oficialidad a sus órdenes y fundó en San Miguel de Tucumán la Escuela de Matemáticas, de la que Lafinur fue alumno, circunstancia que recordó siempre con orgullo. En ella conoció al talentoso oficial francés Juan José Dauxon Lavaysse, que había arribado a nuestras tierras a la caída del imperio y del que se hizo muy pronto amigo. Por Dauxon conoció el movimiento filosófico entonces en auge en Francia y cuyas ideas en cuanto al método compartió con firme convicción.
En 1817 Lafinur pide su retiro del ejército y se radica en Buenos Aires con el propósito de dedicarse al periodismo y a la enseñanza. Con su estampa viril y refinada, sus modales cultos, su habilidad para la música, se destacó muy pronto en la sociedad de su tiempo. Acababa de ser fundado el Colegio de la Unión del Sud y Lafinur se presentó a oposiciones para la titularidad de la cátedra de filosofía que obtuvo.
Se ha destacado que Lafinur significó un cambio muy grande en la enseñanza de la filosofía en nuestro medio. Que fue la sustitución del sacerdote por el laico. Pero sobre todo el cambio lo representó el desplazar la escolástica por una nueva tendencia ya imperante en Francia desde los últimos años de la Revolución de 1789 y que fuera llamada ideología por su más famoso difusor, el conde Antonio Luis Claudio Destutt de Tracy. Este la definió como "Ciencia que tiene por objeto el estudio de las ideas, sus caracteres, sus leyes, su relación con los signos que las representan y sobre todo su origen". La ideología tuvo muy pronto dos vertientes; una netamente fisiológica, nutrida en el comúnmente llamado sensualismo de Condillac. La otra vertiente de la ideología es la llamada ideología racional y su principal exponente es Destutt de Tracy, sobre todo a través de sus Elements d'ldeologie, cuya influencia es notoria en el Curso filosófico de Lafinur, que es una lograda adaptación de la obra del gran ideólogo francés.
Es Juan María Gutiérrez, con su juicio de hombre de ciencia y de experiencia, quien explicó las metas perseguidas por Lafinur en su intento renovador y en su propósito de dotar al país de una generación capacitada para la gran tarea que la nación requería. Así es él quien dice: "Lafinur no se proponía en su curso formar filósofos meditativos que pasasen la vida leyendo, como faquires de la ciencia, los fenómenos íntimos del yo; quería formar ciudadanos de acción, preparar obreros para la reconstrucción que exigía la colonia emancipada".
La reacción contra las nuevas ideas
Lafinur tuvo muchos enfrentamientos para defender sus ideas. Como aquel domingo 20 de setiembre de 1819, que se realizó la función pública literaria en el templo de San Ignacio, a las 4 de la tarde. Destacados alumnos y el mismo profesor expusieron distintos temas relacionados con la materia hasta que la función fue interrumpida virulentamente y acusada de impía por el doctor Alejo Villegas, que había sido el antecesor inmediato de Lafinur en la enseñanza de la materia. Lafinur se defendió del ataque tratando de explicar con fervor la noción de sus ideas. El doctor Cosme Argerich apoyó con su prestigio al joven profesor manifestando en un comunicado su disgusto por la desagradable escena del día 20 y mucho más -agregaba- cuando observaba que por no haberse explicado el Sr. Lafinur con toda claridad y la debida extensión en una materia nueva para nuestras escuelas, fuertemente aferradas en sus antiguos sistemas, se daban por proposiciones que inducían al materialismo unas verdades recibidas en el día con el mayor aplauso por los sabios más religiosos.
Al orgulloso Lafinur no le agradó del todo ese comunicado que salía en su defensa, por ello al referirse a las afirmaciones del doctor Argerich, dice: "Tanto como agradezco a este Sr. el honor con que distingue mis principios lamento no haber sido interpretado". Afirma haberse expresado con claridad y extensión en la exposición de sus doctrinas, y en largo comentario se refiere a su contestación al doctor Villegas en el argumento sobre el origen de las ideas.
En agosto de 1820 los cursos de Lafinur motivaron otro incidente y al parecer los socios de la sociedad Valeper le aconsejaron, o resolvieron, que se estableciera en Mendoza y continuara su enseñanza en el más prestigioso instituto del interior del país.
La etapa mendocina del ideólogo puntano fue de un trabajar afanoso. Las enseñanzas de Lafinur en el Colegio de la Santísima Trinidad fueron contrarias al sentimiento tradicional mendocino. Su lucha fue desde un principio, la conquista de una juventud sedienta de nuevos conocimientos. El doctor Edmundo Correas, ha señalado en la Historia de la Nación Argentina, publicada por la Academia, la actuación de Lafinur en Mendoza "iniciando a la juventud en la filosofía moderna y en el estudio de Locke, Cabanis, Destutt de Tracy y los enciclopedistas franceses". Constatando que: " la serie de incidencias que en el orden cultural, entre liberales y ultramontanos", frustró la obra que pudo haber desarrollado Lafinur, pues "los enemigos del progreso y de las ideas liberales consiguieron el destierro de este a Chile".
En ese momento su tarea era duramente atacada por la guerra que han declarado "a las luces las pelucas y las coronas". El cabildo, la Junta de Representantes, hasta el gobernador Molina actuando como mediador participaron en el episodio de la destitución de Lafinur que fue la causa de su extrañamiento a Chile. Dejo en Mendoza amigos y discípulos que fueron fieles a su enseñanza y a su memoria.
El exilio chileno
La etapa chilena fue como una pausa dichosa en su vida de ímpetu y de vértigo. En Santiago se recibió de abogado en la prestigiosa Universidad de San Felipe y ejerció su profesión asociado al doctor Bernardo de Vera y Pintado, el santafesino ilustre y desconocido precursor de la libertad chilena.
Contrajo enlace con Eulogia Nieto, una joven de la sociedad santiaguina. Hizo amistad con los principales hombres de su tiempo. Ejerció también el periodismo y colaboró en publicaciones como El Observador Chileno, El Liberal y El Mercurio. Aquel tiempo, algo mas dichoso de Chile, fue muy breve y el 13 de agosto de 1824 murió este hombre de talento y de acción que fuera tan generosamente dotado para el combate de las ideas.
Como si intuyera que había poco sol sobre su cielo vivió en lucha sin treguas. Su vida fue servicio a la Patria. Su obra fue apresurada y afanosa, pero es indudable que Juan Crisóstomo Lafinur señala un hito y un jalón demarcador en nuestra cultura y que esa será su gloria, como fue su martirio vivir su privilegiado destino de precursor.
Fuentes consultadas: Boletines de la Academia Nacional de Historia.
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