junio 24, 2010

YOLI, UN RELATO DE NOEMÍ FERRELLI – EN LETRAS DESDE CABALLITO


Este relato nos llega a través de la autora rosarina Susana Rozas, que siempre nos ayuda con informaciones y materiales para este blog. Sobre Noemí Ferrelli solo sabemos que es también rosarina. Nos escribió unas líneas acerca de su relato dónde nos dice: "Puedo comentarte que Yoli es uno más de una serie de cuentos enlazados (si cabe la definición) que cuentan la historia de varios epitafios". Nos pareció una propuesta audaz e interesante en el hecho de bucear en esas tramas apenas perceptibles que va dejando la muerte y el olvido. Esperamos que les guste. Con la autora se pueden comunicar al siguiente correo electrónico: lamimirosarina@hotmail.com
Agradecemos por lo tanto a Susana Rozas y a Noemí Ferrelli la posibilidad de
contar con su presencia en Letras desde Caballito.

***

Yoli
Por Noemí Ferrelli
Lucía cada día se incorporaba en la cama , buscaba el control remoto en el cajón de la mesa de luz, encendía el televisor y empezaba su frenético recorrido por todos los canales disponibles, por momentos se detenía en el canal de películas, pero luego, conciente de que si encontraba una historia que la atrapara podía llegar a pasar el resto de la mañana bajo las sábanas, cambiaba rápidamente hacia el canal de noticias, en donde estaba bien segura de quedarse apenas un momentito "la realidad se vive, para que verla por televisión?" era su excusa, como fuera, era lo que necesitaba para incorporarse de una buena vez.
Los días de frío disfrutaba de llevar el desayuno a la cama. Se preparaba café muy caliente y cortado con apenas leche también muy caliente, lo curioso era que a ella no le gustaban las cosas muy calientes, pero era el modo de asegurarse que la taza se conservara tibia hasta el final, podía así disfrutar de sus galletitas dulces, las cuales mojaba en la taza apenas, lo suficiente como para ablandarlas y luego las devoraba en un marcado contraste entre la meticulosidad de sus preparativos y la voracidad de su manera de comer, se distraía haciendo zapping y de a poco su mente se ponía en funcionamiento. Hacía una agenda mental de las cosas por hacer durante el día, planificar las compras, ah si, planificarlas. Cuando había decidido radicarse en ese pueblo remoto lo que más le hizo dudar era que al estar alejado debía ser lo suficientemente precavida como proveerse de todo antes de que cayera el sol , después los negocios cerraban y no había vuelta atrás, a arreglarse con lo que había en la alacena. Los primeros años terminaba comiendo siempre de las latas que son las que conservan los productos por más tiempo, luego, a fuerza de repetir comidas, se organizó cómo almorzar y cenar cada día algo distinto. Se había vuelto bastante metódica en ese sentido y hasta había preparado un menú completo y balanceado para toda la semana, así también evitaba tener que ir hasta el pueblo diariamente. Al tiempo se dio cuenta que su voluntad era superior a su organización, dicho de otro modo, no siempre tenía ganas de comer lo que había organizado. Como sucede con todo, llegó el equilibrio y ahora simplemente se preocupaba por tener la despensa bien provista como para poder preparar lo que quisiera, con buenas reservas en caso de recibir visitas, claro, en caso… de recibir visitas.
Sin darse cuenta en la planificación diaria había empezado a figurar la visita al cementerio local, la lectura de los epitafios se había vuelto una…. rara costumbre, rara, pero necesaria. No se explicaba bien por qué, quizás por lo que cada uno disparaba en su interior, cada frase era simplemente el resumen de cómo esa persona había sido vista por los demás, cada epitafio correspondía al recuerdo imborrable que ese ser dejara en quien lo escribió. En otras ocasiones se preguntaba si más bien no era lo que alguien quería que se recordara de aquel que un día fue y hoy era solo recuerdo o epitafio. Respondían a verdades?, a miradas piadosas? o sólo el encargado de tan triste acción no había hecho más que sacarse rápidamente un problema de encima.
Como fuera, Lucía no dejaba pasar una semana sin darse una vueltita por el cementerio. La primera vez la movió una curiosidad arquitectónica, es que en esos pueblos las criptas solían ser espectaculares, en el detalle de los ornamentos se adivinaba la posición de la familia, la originalidad de la moldería de yeso, permitía intuir si alguien había tenido cuidado en el diseño, si había pensado en ese lugar como el último reducto de unión familiar, en la posición de las familias dentro de la ciudad o, bueno, un lugar donde poner el ataúd y nada más.

"Yoli, nunca te dejaste convencer y mantuviste tu dignidad!"
Tus mudas amigas de este callado pueblo.
Si bien al llegar al pueblo Lucía pensó que lo más difícil sería hacerse de nuevas amistades, no le tomó mucho tiempo darse cuenta que los encuentros en el Club eran la excusa que todos esperaban para poder comunicarse entre ellos, desde hacer parejas hasta encontrar algún potencial cliente, pasaba por los encuentros ocasionales en el club a la hora que fuera, incluso le pasó más de una vez verse sorprendida a altas horas de la madrugada enfrascada en una increíble conversación, de esas a las que no se sabe cómo se llegó, pero que están, que nos llevan hasta los lugares más recónditos de nosotros mismos, que nos obligan a desnudar nuestros mejor guardados secretos, que nos enfrentan a fantasmas a los que no éramos concientes de temer. Por todo eso no entendía lo que quería decir el epitafio de La Yoli, tal como estaba escrito en la desgastada lápida.
-Yoli!, vení que te llevamos! – el grito venía de los muchachos que se trasladaban en carro desde las plantaciones hasta el pueblo, después de un día agotador bajo el sol recalcitrante, el regreso era lo más ansiado, la llegada al patio y la refrescada con el balde agua fría, eran una especie de visita al paraíso, la ventaja de no tener que hacer el trayecto caminando era un alivio, pero La Yoli, que venía desde aún más lejos que ellos, hacía el camino a pie, dejando al descubierto su cabeza bajo el intenso sol; por eso, y por otras intenciones bien escondidas, era que cada vez que se cruzaban a La Yoli , le gritaban desde el carro.
Ella ni siquiera levantaba la mano manteniendo la cabeza gacha, no se ruborizaba, no se ponía nerviosa, nada delataba que algún pensamiento cruzara por su mente.
Poco tiempo después las señoras de la sociedad solían dar sus paseos en carrozas, protegidas por sombrillas y con sus mejores galas, daban una vuelta por los alrededores en busca de "la fresca" que llegaba con la caída del sol, inspeccionaban sus propiedades amorosamente acompañadas por sus maridos y con unos bulliciosos niños que los seguían en una carreta que venía detrás de ellos, así los infantes vivían la aventura de sentirse simples campesinos y no los dueños de la tierra, claro está que a los que realmente trabajaban quemándose las espaldas, el traslado en carreta estaba bien lejos de parecerles una aventura. El cansancio los mantenía callados y sumidos en sus pensamientos, soñando con el baño reparador, el encuentro con la familia, la búsqueda del regalo perfecto para llevarle a la amada y las mil y un fantasías que sólo ellos sabían tener. El único momento del viaje en que levantaban la cabeza era cuando se cruzaban con La Yoli y, por supuesto, todos volvían hacia ella esa mirada alegre acompañada de gritos y gestos, los cuales ella parecía directamente no escuchar.
Yoli, por qué no me devolviste el saludo hoy cuando te grité, cuando ibas por el camino?
Qué querés, que todos se den cuenta lo que hay entre nosotros?, sabés bien que no quiero que nadie se entere de lo nuestro hasta que te separes de tu mujer.
Tenías que mencionar a mi mujer! Cómo te empeñás en meterla en el medio cuando estamos solos!
No soy yo la que la mete en el medio, además si una está en le medio soy yo y no ella, después de todo la legal es ella.
Ella sigue siendo mi esposa pero sabés bien que hace rato que no es mi mujer, mi mujer sos vos – cuando él decía esto se acercaba mimosamente al cuello de Yoli y se lo besaba hasta que le arrancaba una carcajada. No era fácil hacerla reír después de discusiones de ese tipo. Yoli se encargaba de hacerle notar con todas las señales posibles que la relación que vivían la hacía sentir mal, sucia, pecadora. Por su parte él no podía dejar de verla semanalmente, necesitaba la ternura e inocencia que le aportaba Yoli a su vida, tan distinta a la relación con su esposa.
Margarita tenía un objetivo bien claro, crecer y envejecer al lado de su marido, y cuando pensaba en crecer no se refería sólo a la edad, Margarita quería crecer económicamente, ganarse un lugar de respeto dentro de la sociedad, ansiaba que la llamaran Señora, quería que se olvidaran de su nombre de pila, debía ser llamada sólo Señora, para que más? Esto sería suficiente para que todos supieran que no era una de tantas campesinas, como por otro lado lo había sido su madre, ella se había superado y ahora no era ya La Marga, era Margarita y en breve, La Señora.
Bartolo tenía más bien un temperamento quedado, y por esto tenía un gran reconocimiento hacia su mujer, ya que de no haber sido por su permanente impulso, él hubiera continuado siendo uno más de los tantos que apenas tienen para sobrevivir y crían a sus hijos prácticamente como salvajes. Era cierto, era gracias a Margarita que había dejado de ser un "don Nadie" para ser el Señor de la zona. Le encantaba ver el progreso de sus hijos, eran chicos vivaces y llenos de inquietudes, como su madre, inteligentes y muy solidarios, como su padre. Sin lugar a dudas eran su orgullo.
Pero cada encuentro con Yoli le hacía olvidar de la familia, las preocupaciones y presiones, por eso se molestaba cuando ella traía el tema a colación, rompiendo la magia del momento. Yoli por su parte, se mostraba vergonzosa, desviaba la mirada, buscaba un punto fijo en la lejanía y decía sus cosas a manera de río de fluye, abría la boca y sus palabras pasaban del reproche al agradeciendo, a las disculpas y a la tristeza. Le reprochaba tener que ser "la otra", tener que esconder sus sentimientos, tener que agachar la cabeza cada vez que pasaba a su lado. Le agradecía que la hubiera mirado, que hubiera descubierto que había una mujer detrás de la mugre acumulada por el trabajo, que no le preocupara el hecho de que tenía muy poca instrucción, le agradecía incluso las rudimentarias lecciones que le daba para que nadie le hiciera trampa, le había enseñado a leer y escribir entre besos y caricias. Le pedía disculpas por ponerse muchas veces demandante, le pedía que no tuviera en cuenta sus dichos, que le disculpara ser tan tonta como para arruinar los dulces momentos compartidos. Finalmente, no podía ya ocultar la terrible tristeza que le ocasionaba saber que nunca iba a pasar de allí, de estar donde estaba, de ser una campesina llena de ilusiones, de ternura reprimida, de brazos que se llenaban cada tanto con el calor del cuerpo amado pero que nunca, si,… nunca se iban a llenar con el tibio y delicado cuerpecito de un hijo que representara y eternizara su amor. La tristeza se hacía silencio y la habitación se llenaba de la humedad más penetrante, la de las lágrimas. Cuando Bartolo la cruzaba por el sendero pensaba que de haber sido de fuego, la mirada de Yoli habría abierto un surco en el camino matando hasta las malezas enterradas, matando su culpa por no estar caminando a su lado, matando su impulso por detenerse y besarla.
En el pueblo todos la conocían pero nadie hablaba abiertamente de ella, cada uno que se la cruzaba volviendo a casa al atardecer la saludaba y cada uno de ellos era bien conciente de que La Yoli no iba a levantar la cabeza ni hacer ningún gesto para responder, pero todos se sentían obligados a saludarla de todos modos.
Los vecinos de la Sociedad del pueblo se reunieron para festejar el cumpleaños de Margarita. Los hombres después de comer buscaron la excusa del salón de fumar para no importunar a las damas, y se alejaron prontamente. Por su parte las señoras, se ubicaron en la terraza trasera, donde la brisa era más benévola y la Luna contribuía a dar una atmósfera netamente femenina, después de unas copitas de licor, se sintieron más relajadas y más dispuestas a la charla informal e íntima. La primera en lanzar la piedra fue Margarita, no solía hablar de otras, le parecía que era incorrecto, que no estaba bien comentar cosas sobre quién no estaba presente para defenderse y cada vez que alguna de sus amigas mencionaba algo sobre alguna persona, ella la interrumpía recordándole que eso estaba mal, usaba un tono enérgico que no daba lugar para la defensa, inmediatamente se cambiaba el eje de la conversación y la cosa no pasaba a mayores. Todas secretamente esperaban el momento de error de Margarita y ser ellas la que digieran "No es correcto", todas pensaban lo mismo pero ninguna lo había expresado jamás en voz alta. Margarita tenía muy claro el secreto compartido, pero se hacía la que no le importaba, bueno…. en realidad no le importaba, como fuera, siempre la obedecían.
El caso de La Yoli era algo especial, ninguna se animó a objetar a Margarita cuando dejó caer la frase:
Qué saben ustedes de esa chica a la que llaman La Yoli?
Nada, que es muy solitaria y que no se mete con nadie. Por qué preguntabas?
Porque la veo siempre por el sendero del río, va sola, con la cabeza baja, no habla con nadie, si siquiera responde a los gritos que los muchachotes le lanzan desde las carretas.
Lo que pasa es que en este pueblo hay que cuidarse mucho
Por qué lo decís? – dijo Laura incorporándose a la conversación – de qué hay que cuidarse?
De los muchacho, de quién más – el tono de Margarita por un instante volvió a ser ese autoritario que ella tanto amaba usar, luego, volviendo sobre sus pensamientos, agregó – lo que pasa es que los hombres le gritan cosas para ver si reacciona, en el fondo lo único que les preocupa es ver hasta dónde llega la moral de las muchachas.
Es cierto – agregó Micaela – el verano pasado hablando con mis primos de la ciudad, me comentaban que cada vez que visitan algún poblado pequeño como el nuestro, aprovechan para "relacionarse" con las muchachas del lugar, todos saben perfectamente que ninguna señorita decente saludaría abiertamente a un hombre que no fuera un familiar directo, cualquier gesto es prontamente interpretado como un mensaje de aceptación a sus propuestas.
Ya había yo escuchado cosas de ese tipo – dijo Margarita después de meditar unos segundos – estoy cansada de ver a los varones aprovecharse de las doncellas inocentes para después darles la espalda más rápido que lo que canta un gallo y tras haber conseguido la prueba de amor exigida las ignoran despectivamente, incluso cuando éstas llevan en su vientre lo único que les queda de aquella perdida ilusión. (Margarita sabía muy bien de lo que hablaba, su madre había sido una campesina más, una más de aquellas de las que se habían ilusionado con el amor de un galante hombre, una más de las que soñaban con descubrir el paraíso del brazo de su amado, una más de las que no pudieron consultar con nadie sobre qué nombre iban a poner a su hija. En este caso el nombre elegido en soledad fue Margarita) – tenemos que hacer algo por ella, no sería justo, después de todo no hace otra cosa que trabajar todo el día quién sabe cuán lejos de acá como para que estos abusadores le desgracien la vida.
Como siempre tenés razón Marga – le dijo su amiga de toda la vida
Margarita – la interrumpió y era difícil decidir que tenía más intensidad, si el tono o la mirada que le lanzó a aquella amiga de toda la vida, de esas que se entienden con un simple golpe de vista, sí, un golpe.
Si claro, Margarita. Bueno, como te decía estoy de acuerdo con vos, pero qué podemos hacer?
Llevarle algo de comida a la casa? – dijo una de las damas
No, es muy orgullosa, ella trabaja para mantenerse
Quizás contribuir con algo que le falte en su casa…
No lo creo, además, nadie sabe bien dónde vive
No es desde lo material que tenemos que intervenir – tronó la vos de la lider – es desde lo moral
O sea…?
Trabajemos con nuestros hombres, maridos, hermanos, amigos, que comprendan que no la tienen que molestar.
Si, y estemos atentas a sus regresos del trabajo.
Así será, controlaremos que ninguno se sobrepase con ella
Señoras…- dijo Margarita – esto es un trato.
Es un trato – respondieron a coro
Desde ese momento las señoras del pueblo se turnaron para controlar el camino. Cada vez que los muchachos la saludaban con pícaras miradas, la "liga de la decencia" se encargaba de que la cuestión no pasara de eso, sólo gritos, y si encontraban que las miradas eran más pícaras de lo debido, ellas iban a ser mucho más enérgicas aún.
En la tranquilidad de su hogar, La Yoli ni siquiera sospechaba que toda una red de contención moral se había puesto en marcha. Las damas nunca le habían dirigido la palabra, durante la celebración de la misa, evitaban estar cerca de ella para no verse comprometidas al momento de dar la paz, así que, si algo estaba fuera de la mente de Yoli era precisamente eso, que las señoras se preocuparan por ella. Ella estaba preocupada por otras cosas, de tipo más bien práctico.
La semana anterior Bartolo no la había visitado el día fijado porque había tenido que viajar por razones laborales y por eso le había pedido un encuentro para el día siguiente, ahora Yoli se encontraba con un problema de. . . turnos, por así decir. Es cierto que Bartolo era de sus amantes el que más dinero le daba, pero también era cierto que lo hacía porque no tenía la más mínima duda de que su amor era sincero y además, hay que decirlo, Yoli era una verdadera artista y su representación de la pobrecita le salía bárbaro, cada lágrima la compensaba con dinero o especias, una cama nueva, muebles para el salón de estar, todas las comodidades para la cocina, ropas, joyas y hasta viajes breves a bonitos hoteles de la ciudad, pero claro, Yoli insistía en no hacerse ver en el pueblo, a ella no le importaba ni el dinero ni nada material, lo único que la hacía sentirse rica era la presencia de su amado, y eso para Bartolo era suficiente. De modo que cuando Yoli le dijo que tendrían que esperar una semana más para su encuentro a él no le quedó más remedio que refugiarse entre los amigos. Copa va, copa viene, Bartolo se relajó, se empezó a sentir en confianza, se sintió generoso e invitó a todos los presentes en el bodegón a sumarse a su mesa y compartir unos tragos con él, se incorporaron incluso los peones de los campos lo cuales después de un rato y gracias a los efluvios etílicos, terminaron siendo como hermanos. Y en tal hermandad Bartolo se sintió libre de confesar sus pesares, sus malos amores y sus felices momentos, la efusividad de los brindis se fue aplacando a medida que los participantes de la reunión caían en la cuenta de que los pesares eran comunes, que las historias se parecían, que los remordimientos les eran conocidos y, por sobre todo lo que los hacía uno era La Yoli. Si, la inocente Yoli era la tierna amante más generosa de la región, eso no podía negarse, le daba a todos generosamente el mismo amor y dedicación. Pensándolo bien, por algo era que los encuentros tenían que ser rigurosamente respetados, y por algo también, era que no podía responder a los saludos de los muchachos!
No se sabe muy bien si fue la indignación o la vergüenza de haber sido tan ingenuos, pero el hecho es que casi al unísono se levantaron de sus sillas y se retiraron raudamente cada uno en una dirección distinta.
La "liga de la decencia" hacía unos días que no veía pasar a su protegida y empezaron a preocuparse. Los carros seguían pasando, pero ya los muchachos no gritaban nada, no había nadie a quien gritarle y esto movilizó a las justicieras. Fue difícil dar con la casa de Yoli, todos en el pueblo la conocían, pero nadie conocía su historia completa. Después de mucho andar fue el cura párroco, quién más, el que dio la dirección exacta de la casa de Yoli. La imagen que encontraron las damas no les permitiría dormir por muchos días, la sangre que emanaba desde su cabeza producto de incontables golpes propinados con elementos contundentes, estaba ya coagulada y el hedor les impedía inspeccionar el lugar, tal vez por eso ninguna de las presentes tuvo la ocasión de encontrar entre las pertenencias de Yoli, indicios de su relación con sus hombres. El comisario, que también había formado parte de aquella noche de brindis y confesiones, dio por cerrado el caso rápidamente, alegando que tenía conocimiento del paso por la zona de un terrible asesino, cuyos crímenes se identificaban con las características presentadas en el asesinato de Yoli.
Las damas de "la liga" que se sentían culpables por no haber hecho bien su trabajo y no haber podido cuidar a esa inocente y desvalida niña, decidieron que ante la ausencia de parientes, serían ellas las que se encargarían de su sepelio.
Y fueron las que postreramente le rindieron homenaje grabando un sentido epitafio en su lápida.